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más saludable que repeler, sobre todo en nuestras circunstancias. Cabe también añadir que el empleo de escoltas personales por civiles sin vínculos con el gobierno estuvo en desuso en Cuba hasta hace muy poco tiempo, o sea, durante casi medio siglo. Únicamente los jerarcas políticos y militares de más alto rango, junto a algunos de sus parientes y protegidos, parecían ser merecedores de gastar en seguridad personal una cuota de la plusvalía obtenida en la explotación del trabajo del pueblo. Y dicho sea de paso, algún día los historiadores ¿o los frenólogos? tendrán que analizar el motivo por el cual los jefes del gobierno revolucionario apenas utilizaron negros como escoltas personales a lo largo de casi cincuenta años, teniendo este país tan elevada población de negros y constando tan notablemente su valentía personal en la historia de nuestras guerras independentistas del siglo XIX. Sólo en los últimos tiempos se observan algunas moscas entre la nata blanca que les precede, pero la ausencia de negros entre sus huestes de seguridad personal configuró en decenios anteriores otra de sus ambiguas propensiones. En cambio, entre los escoltas de nuestros actuales nuevos ricos sí abundan y hasta priman los negros. Y no es que en su actitud no haya sustancia para el estudio de los frenólogos, pero revela una dosis mayor de racionalidad. ¿Un proceso irreversible? En suma, quedaría por ver si esta actitud liberadora que hoy tiene lugar entre los negros cubanos, de cara a las estrechas y opresivas estructuras del gobierno, y al menos en lo concerniente a su estatus laboral, responderá finalmente a un proceso irreversible, o si se trata de una deriva pasajera que les impone la necesidad. Resulta muy difícil llegar a conclusiones definitorias cuando ni siquiera poseemos datos y exámenes científicos que faciliten evaluar cabalmente el fenómeno. Pero sea como fuere, este cambio en sus planes permite frenar las elucubraciones de una porción nada despreciable de nuestros filósofos de café con leche, quienes suelen decir que el gobierno tiene en los negros y mestizos el ejército que necesita para apuntalar su dominio, tan improductivo y decadente como inapelable. Argumentan estos topos que la mayoría de los negros cubanos no trabaja ni tiene ambición de progreso, ni mayores perspectivas que vivir del robo y de las acciones marginales más diversas. Ya que en ningún otro sistema van a disponer de condiciones tan propicias para su “proyecto de vida”, se supone que les sobren motivos para continuar adheridos a la estructuras del régimen. Es un supuesto obtuso, desde luego, montado sobre otros supuestos. A fuerza de ser obtuso debe resultar de muy difícil comprensión por quienes nos observan a distancia, pero este supuesto está bien extendido, sobre todo en el sector de nuestra población que, curiosamente, forma la gente de solvencia económica más o menos desahogada (blancos por lo general), que son, ni más ni menos, los que más razones acumulan para servir de resguardo al actual sistema de gobierno. Todavía más, es previsible que dentro de las propias estructuras del poder político haya varios equivocados que sustenten esa falacia del apego incondicional de los negros. Y es que la mentalidad de patriarcas esclavistas con discurso benefactor (aunque nunca pasaran mucho más allá del discurso) que han exhibido los del gobierno con respecto a los negros les inclina a creer que éstos son (están obligados a ser) sus eternos deudores y sus más leales servidores. Es un error de cálculo, igualmente