socialista y no eran necesarios los estupefacientes; la enajenación utópica se vivía con la arrogancia juvenil de producir todo de nuevo, lo único real posible, dentro del cual la tradición y la modernidad desaparecerían o deberían desaparecer bajo el peso de la cultura parida por el nuevo ser social: el proletariado. Al invertirse los orígenes ― la cultura nace de la clase social que está en el poder ― y la legitimidad ― solo tiene derecho lo que viene de ese poder ― nace el realismo socialista, que no necesita engañarse, sino tan solo prohibir e impedir el silbido, también la risa, de la cultura nacida de su fuente más auténtica: la sociedad. Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada fue, sin embargo, la reacción precoz y la legitimación en avance del Soma en el discurso cultural del poder. Fue la expresión lírica de esa intuición temprana de que, para controlar a la cultura, se necesitaba desde el principio algún tipo de píldora que frenara la fuerza de una nación esencialmente moderna, capaz de reinterpretar y recombinar las más ancladas tradiciones. ¿ No hay santeros gais o masones católicos? Es verdad que el realismo socialista no iba ni va mucho con nosotros. Lo interesante de aquellos límites es que el discurso cultural del poder reconoce perfectamente desde el inicio que hay cultura más allá y más abajo de la revolución, y que la única manera de convivir con ella es controlándola con mecanismos extra culturales: administrativos, políticos y en algunos casos judiciales, pero sobre todo a través de un recurso pre moderno: instalar a la Cultura, así en mayúscula, cuando ya nadie en su sana ecología mental sigue a la ideología como el orden superior de articulación social. Aquí es donde la píldora, la mezcla de las virtudes de la pureza cristiana y del alcohol sin sus inconvenientes, ya no trata tan solo de controlar a la parte, las manifestaciones concretas de la cultura entendida como estética y sublimación espiritual, así como sus relaciones específicas con el poder, sino al todo: la convivencia social. Se pretende saber y definir cómo debe estructurarse esta convivencia en todas sus expresiones. Si tomar píldoras es necesario para el engaño consciente de la realidad, tomar Soma es ahora necesario para reconstruir la realidad allí donde todos los otros saberes y mecanismos sociales fallaron: el Soma sustituye a la ideología, sustituye a la economía socialista, sustituye y viene en auxilio de la política, sustituye a la cultura misma y coopta o intenta cooptar todo el pasado y todas las explosiones de modernidad y de sociedad civil posibles. Sustituye incluso al derecho y al orden constitucional, y legitima la violencia donde entienda necesario para preservar el orden en todos sus niveles de desorden. El Soma deja de ser utópico para convertirse en conservador. Nada nuevo. En El nombre de la rosa se observa ya la respuesta del orden medieval, controlado por los clérigos, al silbido y a la risa lúdica de la modernidad. Los diálogos entre Guillermo de Baskerville y Adso de Melk, personajes clave de esta novela especiosa, retratan unos hechos de extrema perplejidad para el medioevo tardío, donde los saberes y las prácticas sociales no pueden ser controlados desde sí mismos: la duda no acepta sin más las certezas, la economía medieval no puede controlar a la economía moderna, la alquimia no puede controlar a la química, los curas no pueden controlar a los príncipes y hay retozo sexual a los pies de las abadías. Frente a ello, el clero trata de mantener el orden de las cosas enriqueciéndose a su vez, cerrando los accesos a lo prohibido, envenenando a los curiosos y prohibiendo el silbido y la risa, no los suyos, tanto en el interior de las iglesias y conventos como en el espacio público
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