IDENTIDADES 1 ESPAÑOL Febrero 2017 | Page 100

y espontáneo. Y por si acaso, también retoza sobre el estercolero. Lo paradójico es que, como se lee en las excelentes páginas de esta novela de Humberto Eco, el clero necesita vivir y conocer el mundo que es negado a los demás. Si va a asumir, digo yo: a través del Soma, un rol hegemónico y articulador de todo el espacio social, tiene que hacerlo adentrándose con profundidad en los ámbitos que necesita controlar. Se hace conservador porque consume desde el poder al mundo que niega, para así controlarlo. ¿ Resultado? Quienes prohíben la risa y el silbido, son ahora también risueños y silbadores. Ya el clero cultural cubano, viviendo su propio drama policíaco e histórico— de eso se trata en El nombre de la rosa— ingiere también el Soma que antes daba y se nos aparece como sociedad civil, como mundo alternativo de sí mismo, como disidente, como ONGs, como bloguero y tuitero, como empresario, como santero y palero, como amante del dios de los cristianos, Abakuá de todas las revoluciones, como gay o lesbiana sin closet y como feminista en medio de las reverberaciones militares de los tipos alfa del poder. Dice el clero cultural que eso es también revolución, aunque introducirse en estos mundos sea precisamente negarla. ¿ Y por qué? Porque una vez que te introduces en ellos, estás obligado a producir un discurso individual, aunque sea débil, tal y como estás obligado a pedalear por ti mismo cuando montas bicicleta. Todo lo contrario de la revolución, que produce un único discurso arriba, a ser consumido y reproducido por todos abajo. Y por esta razón, siguiendo con las metáforas, el transporte por excelencia de la revolución es la guagua. Ella es conducida. De modo que, dondequiera que aparezcan el silbido y la risa de la cultura que nace de su fuente más auténtica, la sociedad, aparece el Soma del discurso cultural del poder tratando de releer y reconducir el mundo que les sorprende. Y se dan situaciones ridículas y medievalmente retrógradas: por ejemplo: las realidades y la legitimidad de la propiedad privada, del llamado cuentapropismo, y no su ficción, discutidas por un novelista en medio de una reunión de la UNEAC, como novelista-comisario, no como ciudadano. De la utopía de Un mundo feliz al conservadurismo de El nombre de la rosa, a las situaciones sin salida de Trampa 22. Esta novela de Joseph Heller, ambientada en la II Guerra Mundial, sirvió tanto de libro de cabecera para el movimiento pacifista de los años 60 del siglo pasado como para describir la perversidad psicológica a que puede llevar la ambición. Un coronel llamado Cathcart quiere ser ascendido a general y envía a sus pilotos a las misiones más peligrosas. Uno de ellos, Yossarian, intenta abandonar su misión alegando enfermedad mental. Y la respuesta que recibe expresa la trampa: solo los locos aceptan misiones aéreas. Su disgusto, por el contrario, demostraba que estaba sano y, por tanto, apto para volar. Ahí llegamos nosotros, en una trampa 22 al revés. Los cubanos estamos aptos para volar, pero como nacimos revolucionarios— se nos dijo— no podemos despegar vuelo si queremos seguir siendo cubanos, que según el dictado del poder, a través del clero cultural, significa ser revolucionarios. El problema de las sociedades perfectas es que, una vez que fracasan, no pueden ser reconstruidas. Apelar a la Cultura en mayúsculas es reconocer, mediante la sublimación de las palabras ― algo muy consustancial con los orígenes escolásticos del pensamiento en Cuba ―, que el orden no puede ser salvado en la sociedad real con todas sus miserias y contradicciones, con sus fisuras y fragmentos inconexos, con sus lenguajes de incomunicación y sus
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