estéticas y éticas rebeldes. Y que la esperanza reside en lo que pueda hacer una vanguardia mediante el control de la última palabra pública permitida. Fijémonos que en auxilio cultural del llamado orden revolucionario solo acuden quienes escriben, dominan la sintaxis, el significado y el significante, es decir: el símbolo escrito, con excepción de la poesía. Ni el cine ni la pintura ni la música ― apartando a los himnos modernos ― ni la escultura ni la cultura urbana pueden dar respiración al orden revolucionario. Sus cultores pueden hacerlo, pero escasamente sus obras. Esto revela, en última instancia, que el silbido y la risa de la sociedad se hacen más audibles, que renacen para quedarse— a fin de cuentas, nuestra condición original es moderna, occidental— y el clero cultural está en medio, él también, de su propia trampa 22. Si sigue ingiriendo y suministrando Soma: cristianismo y alcohol sin sus inconvenientes, la sociedad tomará conciencia de su autonomía y dejará de ingerir la píldora para asumir el alcohol con todos sus inconvenientes. Si decide que es hora de ir suprimiendo el alcohol y retomando la pureza, como parece ser si juzgamos las últimas acciones y reacciones del clero cultural, entonces el silbido y la risa de la sociedad, cada vez más ruidosos, seguirán yéndose a otra parte para demostrar en la fuga la derrota de la pureza rediviva del clero cultural. Derrota si se abren, derrota si se cierran. Y han decidido cerrarse por otra característica de nuestra cultura: somos inefables( sic) al desaliento, lo que no está mal, aunque los datos de la realidad nos desmientan puntillosamente. De manera que estamos asistiendo a una guerra civil incruenta, también en su modalidad cultural, impuesta por el poder y contra el orden constitucional y legal vigente. Esto es interesante y peligroso. Interesante, porque cuando el poder abre fuego en el campo cultural muestra y demuestra a su vez las debilidades inmanentes a su discurso; peligroso, porque se produce pisoteando la ley y la constitución hechas por el mismo orden que proporciona el poder de fuego. El llamado derecho legítimo a la defensa cultural se nutre del poder de fuego inconstitucionalmente otorgado. Se está produciendo así, paralelamente a la actualización del llamado modelo, otro realismo socialista, a través de un nuevo comisariado difuso en todas las instituciones culturales. Ahora bien, esto es un desafío cultural fascinante por una razón: en el debate, que no deliberación, de la cultura, la sociedad aventaja al poder del clero cultural. La primera ventaja es estructural: la modernidad retorna centrada en el individuo y en la necesidad de auto reconocimiento. Por eso priman la horizontalidad, la mentalidad colaborativa, la deliberación como aprendizaje mutuo y la racionalidad del lenguaje, incluso entre los actores más jóvenes en todas las instituciones del poder. La segunda ventaja es tecnológica: pocos en el poder tienen la capacidad y mentalidad necesarias para generar productos culturales como hace la sociedad, y eso que el poder ostenta un monopolio en el área de las comunicaciones que harían las delicias de muchas multinacionales. Esta ventaja no se reduce, sino que se acrecienta, favoreciendo exponencialmente la ventaja estructural. La tercera ventaja es, perdonen la palabreja, epistemológica. Las referencias de qué es saber y cuáles son sus límites se dominan más y mejor por la sociedad que por todos los centros de poder académico o cultural cubano. Y el tema es que, en tiempos de cambios, reformas o amagos de cambios o de reforma, predomina el pensamiento crítico. Y digo crítico, no auto crítico, porque esto último una invención leninista para criticarnos en la superficie sin criticarnos en el fondo. La cuarta ventaja es de época. Todavía vivimos en tiempos líquidos, donde
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