capacidad de análisis, van perdiendo el interés por el estudio.
Los pedagogos serios, consagrados a esta causa donde se gesta el material humano de la sociedad futura, cuestionan desde hace tiempo la educación estandarizada que diluye al individuo en función de los intereses del poder. Los daños son mucho más palpables en un sistema totalitario, que alecciona desde la polarización perenne: héroes y enemigos, pueblo invicto y gigante imperialista, revolucionarios y contrarrevolucionarios …
Aparte del sustrato belicista, xenofóbico, machista y segregacionista, los matices y complejidades de la verdad son arrasados, lógicamente, por múltiples expresiones de intolerancia. Añádase a eso el simbolismo de los salarios, los eufemismos para disfrazar actos de hurto, estafa, prostitución y vandalismo. Los estragos de esta de( formación)— que empezó en las escuelas y las empresas fundadas por la revolución— se expresan en arraigada autocompasión y auto-indulgencia. Cuba es una islita tercermundista, acosada por un arrogante imperio que bloquea su desarrollo económico. Somos víctimas, necesitamos ayuda de familiares o amigos que viven en países donde se paga de verdad y compasión de los turistas en forma de regalos o limosnas. El instinto emprendedor, el sentido de autogestión y autonomía económica, fue totalmente paralizado por evitar los riesgos de la autonomía política. Cuando esta maquinaria insostenible delató estar al borde del colapso, se introdujeron reformas precipitadas para aliviar el peso en la columna( el Estado), pero no para legitimar otros soportes. Los grados del mimetismo desplegado por los cubanos para sobrevivir en circunstancias tan antinaturales son también pavorosos. Se muestra en las generaciones que creyeron en la revolución, cooperaron con ésta y consagraron tiempo y esfuerzo( algunos incluso propiedades y relaciones familiares), pero ahora rehúsan admitir que fueron estafadas. Desplazadas por la carrera imparable de la historia, se defienden con argumentos trillados, contradichos escandalosamente por su propia realidad. Muchos pierden la fuerza moral ante hijos y nietos. También los jóvenes disfrazan el miedo a expresar su descontento con una falsa apoliticidad, o con criterios cínicos, indicios de un forzado desarraigo. La falsedad pulula en un arte mutilado que, para sobrevivir, se mimetiza con discursos o conceptos anodinos, con dramas plagados de estereotipos,
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