Practicar la verdad en Cuba
Verónica Vega Escritora La Habana, Cuba
Estado y sociedad
S
e dice que la verdad es relativa. Y es cierto, si se refiere a la apreciación individual de la realidad, que será siempre subjetiva. Pero hay una verdad que describe lo que todos percibimos con nuestros sentidos físicos, así como los hechos y sus consecuencias. En una entrevista para Diario de Cuba, el abogado, ex diplomático y políglota Gabriel Calaforra me comentaba:
“ Aquí nada funciona, y la gente se ha acostumbrado a eso, pero es una situación insostenible; ningún país puede estar así por tiempo indefinido. El problema número uno es rescatar los valores morales. El cubano nunca fue muy honesto, pero la revolución oficializó la mentira. Solamente tienes que ver la televisión. Los niños están obligados a decir que serán como el Che, los padres que están con la revolución … Todo el mundo sabe que es mentira, pero es lo que hay que decir”.
Ahora que la emblemática figura de Fidel fue relegada por leyes biológicas, es útil analizar el saldo que ha dejado la mentira oficial en la identidad del cubano. Amigos y conocidos emigrados coinciden en afirmar que el sistema en que crecimos los nacidos post 1959 atrofia la interpretación de la realidad y que ignoramos la lógica de una sociedad organizada. Esto atañe no solo a las acciones ilícitas tan atribuidas a emigrantes del patio o a la actitud vulgar y el lenguaje soez que ya amenaza convertirse en un sello de cubanía. Al parecer, hay algo más en la visión distorsionada con que el cubano sale a conocer el mundo. El respeto a la propiedad ajena, al espacio del otro, que incluye evitar molestar con un roce innecesario, así como ascender socialmente por medio del trabajo honesto y la confiabilidad, pagar las deudas, cumplir un acuerdo, respetar la palabra empeñada … son valores ausentes en su pensamiento y por extensión, en sus actos. Una anciana resumió este fenómeno con frase lapidaria:“ El hombre nuevo se hizo con lo peor del hombre viejo”. Aglutinando los síntomas de la enfermedad, podría decirse que la causa es una: ausencia de verdad. La revista Espacio Laical dedicó un dossier( en el número 1 de 2016) al diálogo que tuvo lugar en el Centro Cultural Félix Varela con el tema“ Vivir en la verdad”. Lamenté no haberme enterado del encuentro, donde intervinieron un sacerdote, una psicóloga, un periodista, un abogado y el director de la revista. Especialmente porque las interrogantes que me sugiere el candente tópico no aparecían en la exposición de los panelistas ni fueron formuladas por el público. Le habría preguntado a la psicóloga qué traumas se generan en un niño que, ya desde el círculo infantil, es adoctrinado en una ideología política que rebasa su incipiente capacidad de comprensión; cómo puede afectar su personalidad descubrir que van tan separados lo que ve y lo que le dicen que diga, o recibir una educación que entrena para memorizar y repetir. Hasta la historia se enseña con caracterizaciones pre-hechas de sus héroes. Los alumnos no pueden valorar ni opinar. Al no ejercer su
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