de los riesgos que entraña abordar temas sobre los servicios médicos, que son tabúes en virtud de la política del gobierno orientada a defender sus logros a capa y espada sin permitir que nadie ponga en tela de juicio los logros de la medicina cubana. La verdad es una sola y callar no es bueno ni valiente. Reservo el nombre y la dirección de la persona afectada, pero puedo decirles que es mi suegra, quien hoy por hoy sufre gran estrés. Padecía de sangramientos por un quiste en el ovario y al tener que pedir de vez en cuando certificado médico no podía trabajar con normalidad. La solución era quirúrgica. Hubo que estabilizar su hemoglobina y al cabo entró al quirófano, que no pudo ser más nefasto, pues salió del post operatorio con una mancha extraña en la pierna izquierda y dolores que todos pensábamos que eran propios de la intervención quirúrgica, pero nos equivocamos. La mancha era una quemadura sufrida en el salón de operaciones. Los cirujanos no se dieron cuenta de que, ya con anestesia general, fue arrimada accidentalmente a un aparato de alta temperatura. La quemadura fue tan grave que dejó como secuela una profunda cavidad que las carnes no pudieron rellenar. Al tercer día fue dada de alta y la noche de ese mismo día tuvimos que llevarla de la casa al policlínico por intenso olor abdominal. De allí tuvo que regresar al hospital y el análisis de su caso como recién operada arrojó que por equivocación se le había cortado el uréter— conducto de los riñones a la vejiga— derecho. Para enmendar este craso error, los médicos dijeron a la familia que, además de sentirlo mucho, tenían que someterla a cirugía de urgencia para salvarle la vida, ya que la orina se estaba derramando fuera del uréter y se precisaba insertar uno artificial. A tal efecto había que abrirla por el costado derecho y sacar dicho uréter afuera con una bolsa o colector de orina. Al cabo le propusieron dos opciones: mantenerse con el colector exterior hasta el final de sus días y cambiarlo todos los meses, con la consabida dosis de dolor, o extirpar el riñón dañado. Este último se analizó y los facultativos dieron nuevamente su opinión: si la paciente quería, podía someterse a otra operación para prescindir del colector artificial. Ella tomó la decisión de entrar una vez más al quirófano, pero nadie contó con que los nervios la traicionarían. Unas horas antes de ser llevada por tercera vez al salón de operaciones, mi suegra escapó del hospital. Hoy en día los médicos esperan y mi suegra desespera, traumatizada por las circunstancias vividas en un hospital que está para salvar vidas, no para quitarlas ni amargarlas.
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