IDENTIDADES 1 ESPAÑOL Febrero 2017 | Page 121

tradiciones musicales, pero se conforme desaparecían, posicionándose frente a la cultura y sociedad circundante como el agua y el aceite. De este modo, al menos con respecto a la música, la identidad nacional se redujo naturalmente de tres a dos raíces fundacionales: aborigen y criolla, por presentarlas en orden cronológico. Este doble certificado de defunción( no pudieron reproducirse a sí mismos y ningún aspecto de su cultura influyó ni se mantuvo en el presente) fue rebatido con investigaciones de metodología etnográfica en aproximadamente un tercio del territorio nacional: las provincias de Corrientes, Chaco, Santa Fe, Entre Ríos, Buenos Aires y Ciudad Autónoma de Buenos Aires), así como por la investigación histórica en casi todos los órdenes de la música argentina: tradicional o folclórica, académica, popular( jazz, rock— en su amplio sentido— y tango). Vengo publicando los resultados en papel, audio, video e Internet. Sin embargo, nada pareció ser suficiente para la representación de una muestra en el recorrido integral de los dos últimos siglos de nuestra música. ¿ Entonces, qué se mostró? El guión oculto de las dos únicas imágenes utilizadas( una de ellas extranjera) es el viejo y consabido discurso que ni está a la altura del actual estado del arte del tema, se atrasa al menos un siglo y no satisface a casi nadie, empezando por algunos afroargentinos que visitaron la muestra y salieron más decepcionados que yo, porque cargan con su propia corporalidad la doliente y silente historia de exclusión y extranjerización:“ si ves un negro en la calle, ¿ es de otro país?”. ¿ En qué consiste, entonces, este viejo y consabido discurso? La única coordenada espacio-temporal donde puede situarse la música afroargentina es el pasado, con más exactitud en el período rosista, cuando había candombes para El Tirano y eran menospreciados como lascivos y demoníacos por los blancos unitarios como, justamente, José María Ramos Mejía, una de las autoridades citadas. La cuestión se ilustró con una de las versiones del conocido cuadro de Martín Boneo Candombe federal, época de Rosas( ca. 1905). Frente a él, inexplicablemente, la segunda y última imagen del tema: un cuadro de candombe del uruguayo Pedro Figari. Y aquí viene el segundo lugar común del pensamiento académico sobre esta música: todo fue más o menos igual. Tambor más, tambor menos, lo uruguayo puede dar cuenta del tema, al especular que ambas márgenes del Río La Plata comparten un pasado común: la llamada música rioplatense. Si este comentario puede resonar como suspicacia innecesaria entonces, con igual criterio, podría haberse exhibido el joropo como género criollo nuestro, ya que todo lo criollo es más o menos lo mismo y las fronteras nacionales no existían. Así mismo en la sección de música académica hubiera quedado bien el busto de Chopin, pues también aquí se tocaba su obra y nuestros músicos lo imitaron hasta el hartazgo. No se hizo eso. Entonces, ¿ por qué sí se hizo con la música afro-argentina? Ya lo dijo Néstor Ortiz Oderigo, a mediados del siglo XX, que“ con los negros todos se atreven y se atreven a todo”. Por si fuera poco, el empleo intencional del color negro para demostrar las limitaciones ideológicas de la expresión musical durante la dictadura cívico-militar da cuenta de que lo negro no puede emplearse sino en sentido negativo. Vaya premio inmerecido para nuestro pasado colonial y republicano. Recordemos que nos aprovechamos del genocidio afro para enriquecernos y la esclavitud se abolió en Buenos Aires hacia 1861 y en las demás provincias desde 1853, porque la mentada Ley de Libertad de Vientres( 1813) fue una declaración“ para la tribuna”.
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