deshonrosa, parece mentira, después de aquel generoso dictado de la Asamblea del año 1813”( p. 11). Valko repite la idea para comparar nuestro dizque glorioso precoz abolicionismo nada menos que con Estados Unidos:“ No olvidemos que en Argentina la esclavitud fue abolida por la Asamblea del Año XIII, mientras que el gran país del norte lo concreta recién en 1862 con Lincoln, a quien le costó una guerra civil de tres años y su propia vida”( p. 77). Dada la trama se ve en la necesidad de referirse, más adelante, al otro gran grupo no-blanco preexistente a la nación, que compartía con el indígena la desgracia de ser odiado por los grupos hegemónicos en el poder: el afroargentino del tronco colonial. Le dedica algunos párrafos entre las páginas 81 a 83 y comienza con una atinada reflexión:“ Ahora bien, los indios no están solos como objeto de racismo. En esta galería de ausencias, si prestamos la debida atención, nos encontramos con un segundo ausente. También el negro es una ausencia”( p. 81). Seguidamente se disculpa por la complejidad e importancia del tema para tratarlo de pasada y cae en uno de los lugares comunes más enquistados del discurso historicista de rancio entusiasmo pro europeo, al afirmar que, para los esclavizados, nuestro país fue“ un destino menos brutal que los lavaderos centroamericanos, las plantaciones de Caribe o los ingenios del Brasil”( p. 82). Este mito de la bonanza local es insostenible por tres motivos: es imposible graduar los actos genocidas; el maltrato simbólico por prohibirse sus idiomas, religiones y prácticas culturales en general no fue menos real que el físico; y aquel mito es fundamentalmente una certeza de escritorio, una especulación tendenciosa a favor de una historia blanca a la carta, ya que los historiadores nunca tuvieron en cuenta la memoria oral de los afroargentinos del tronco colonial contemporáneos para conocer su versión de la historia( Cirio, 2010). Dado el avance teórico y metodológico de disciplinas como la historia oral, con más de medio siglo de labor, resulta aún más extraño continuar sosteniendo cuestiones que equivaldrían a afirmar, por ejemplo, que la Conquista del Desierto no fue tan destructiva, ya que los pueblos patagónicos originarios no tenían templos, palacios y pirámides monumentales susceptibles de ser derribados, así que el daño fue menor. Estos ejemplos, todos contemporáneos, hablan a las claras del alarmante desfasaje entre teoría y práctica, entre ética y reproducción de discursos permitidos consecuentes con trasnochados idearios de nación. Reitero que no estoy analizando autores del pasado desde parámetros actuales( ejercicio de revisionismo impropio) ni traigo a antojadiza colación investigadores periféricos, noveles, con publicaciones de poco alcance, ocasionales. Por el contrario, se trata de profesionales de primera línea, en carrera y de gran predicamento entre sus pares y el público en general.
2. Una variante epistemológica desde América. A propósito del 12 de octubre ¿ Por qué, naturalmente, estando allá ellos y acá los americanos, debemos emplear términos geohistóricos como América precolombina y poscolombina, prehispánica o poshispánica, si los períodos culturales europeos se miden con otra vara? Dado que la invasión europea a nuestro continente también modificó, profundamente y de una vez para siempre, al desde entonces denominado Viejo Mundo( Todorov, 1997; Gruzinski, 2007), entonces resulta coherente y necesario referirnos a la Europa anterior y posterior a 1492 como Europa preamericana y Europa posamericana, respectivamente. Si
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