Ideas Escrita Días de muertos | Page 35

a otro mundo, ¡un mundo borroso, donde un pañuelo de oscuridad cubre los ojos, nubla los recuerdos, altera los pensamientos, desluce la realidad! Por fin aparece mi príncipe Luciano, empuñando su espada. Con un salto llega a mi lado, para rescatarme. Apenas me puedo mover, pero una sonrisa llena mi rostro. La sangre perdida me debilita mientras Luciano me observa desconcertado durante un momento. Duda, mira con desdén mi pena, mis fachas, y me da la espalda: luce vencido, arrastra su espada. Se aleja de mí sin mirar atrás. Yo extraño el beso que nunca me dio. ¡Un rechinido fuerte, como el azotar de la puerta, interrumpen mi despedida silenciosa! Un enano deforme entra con violencia, profiere aullidos feroces, muestra su pequeños dientecillos, ataca sin piedad: me muerde, me olisquea la ropa y, asustado, se detiene. Tiene miedo, no sabe qué hacer, comienza a llorar y a suplicarme. Apenas entiendo su voz aguda. –¡Soy Anabrio, madre, soy Anabrio! –me dice mientras salta hacia atrás y me mira sorprendido. Su aliento a carne muerta perfora mi nariz, mis ojos y hasta mi cerebro. Detrás de él, oculta tras de la puerta, hay una sombra enorme y delgada. Anabrio la llama Katerva, ella no se atreve a entrar. Él corre presuroso dando vueltas, sin saber qué hacer, hasta que sale corriendo de esa pequeña prisión. A lo lejos, después de un momento, escucho el ruido de lo que Anabrio arroja al suelo, así como el sonido de un cristal que se rompe; después, el picante olor a gas empieza a difundirse en la habitación, el mundo se desvanece aún más tras esa cortina de vapores pestilentes y nauseabundos. La realidad cae como una tormenta en millares de gotas, se desvanece, se aleja como un riachuelo hasta el infinito, como un rompecabezas que se arrastra en torbellino y pierde las piezas. La espiral es tan violenta que se lleva todos los recuerdos, la realidad y la