echaran a la calle por
pendeja, por abrir las
p i e r n a s . Pe r o q u i é n
podría esperar, quién iba
a suponerlo: ¡Luciano
afuera del baño! Quién
podría adivinar que sería
un estúpido caballero en
armadura dispuesto a
salvarla de la vergüenza
de ser despedida. Entre
las mil cosas que
pudieron suceder, esa es
la única que no predije.
¿En qué momento lo
permitió el destino, en
qué momento lo permití?
Una dama de honor con
c a l e n t u r a d e c o g e r,
mientras las demás
esperaban afuera y
aplaudían la hazaña,
mientras a Magdalena la
peinaban en otra
habitación, donde ni
siquiera se enteró de las
frivolidades de sus
a m i g a s . E s o s ro s t ro s
falsos, supuestamente
inocentes, ensayados
tantas veces. Esa voz que
susurró a Luciano que
debía perdonar a
Magdalena. Esa frivolidad
estúpida que él creyó.
¡Una fotografía que hizo
llegar el “esposo” de la
amante de Luciano! Una
foto que yo encontré
entre sus ropas, ¡el golpe
final para Magdalena!
Pero sólo fue un final para
Luciano, que hoy termina
en la locura, en el
encierro, ¡en la muerte!
Caigo de rodillas, una
mentira lleva a la otra,
después a la otra, ¡y otra
más! Es un pozo sin
fondo, atragantado de
actos falsos y perversos.
Espera que los niegue,
ruega que los niegue.
Arquíloco, entre lágrimas,
grita que los niegue. Pero
todos son verdad, todos
los he planeado y
ejecutado con terrible
frialdad.
–¡Bajo tu consejo,
agonizante demonio de
muerte! –digo, mientras
tiemblo y señalo a
Katerva, que por primera
vez no tiene respuesta y
prefiere guardar silencio.
El resto de ellos me
g o l p e a n e l ro s t ro a l
mismo tiempo, con
desesperación.
–¡En qué pensabas, bruta!
–gritan al unísono,
mientras empino el frasco
y engullo su contenido.
Un remolino de oscuridad
me envuelve, camino sin
rumbo, sin destino, por
las calles, los callejones,
las piedras, entre los
autos en movimiento. Sin
embargo, los pies saben a
d ó n d e i r, c o m o m i s
pensamientos, que se
dirigen al rincón más
oscuro de mi presente.
Voy a la casa de Luciano,
que lleva días encerrado,
perdido en un mar de
locura que yo provoqué.
Aquí estoy, parada como
una estatua, escurro ríos
de sal y tengo los ojos
hundidos. El azul celeste
de los ojos sólo era un
recuerdo, sólo queda un
río salado que cae de un
lago blanco y rojizo, lleno
de venas reventadas y
rodeado de una piel de
color azul profundo. Pasan
no sé cuántos minutos, el
efecto de la poción se
convierte en un dolor
punzante en la boca del
estómago, cada vez más
fuerte. Mi vista se siente
borrosa, atravesada por
mil demonios y un sudor
cada vez más frío. La
puerta de Luciano
e m p i e z a a r e c h i n a r.
Bruscamente, del interior
sale un inverosímil ente
flaco, inundado de locura,
tristeza y soledad. Lleva
las muñecas cubiertas por
dos vendas sucias; el
cuerpo es un esqueleto
apenas cubierto de piel,
que azota en el piso de
pronto. Entre mareos, a
tientas, a gatas, logro
acurrucarme a su lado en
un abrazo. Y como hizo
Julieta, espero que la
muerte nos alcance con
una sonrisa. Acostada, me
doy cuenta de que una
sombra se acerca sigilosa.
Llévame, muerte, aquí
estoy.