quien debía pasar sus días hasta el final de su vida.
Cuando terminó, comenzó a trazar.
Se tomó su tiempo para cada pequeño rasgo, el grafito
pintaba impregnado de cariño…
Sus cejas resultaron ser gruesas y altivas; sus ojos, ¡ahh,
sus ojos!, absolutamente vivos, infinitamente cálidos,
discretos, bien delineados, ligeramente rasgados, con el
color de la miel.
Otra vez no pudo evitar dejar correr las lágrimas; aunque
su mirada se dirigía hacia el camino, sabía que tarde o
temprano lo voltearía a ver, y en esos ojos divinos vería
que ella también lo amaba a él.
Era de noche, sólo le faltaban nariz y boca, pero la luz ya
no era suficiente, tuvo que resignarse a retirarse a
dormir, al contrario de lo que imaginaba, se quedó
dormida inmediatamente; esta vez no sonó nada.
Se despertó justo antes de que saliera el sol, perfecto para
desayunar y desesperanzarse.
Cuando por fin llegó a la cita con su mujer hermosa, se