Historia sobre la música clásica. Historia insolita de la musica clasica I - Alberto | Page 32
Historia insolita de la musica clasica I
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Alberto Zurron
Llegados a este punto deberíamos mencionar a aquellos intérpretes de élite
que tenían por costumbre fallar más notas de las que su sentido del humor o
del pánico podía soportar. Instalado en una veta de humor permanente y en
un decidido positivismo estaba el extravagante pianista ruso Vladimir de
Pachmann, quien en sus recitales fallaba tantas notas de una forma tan
adorable que era irresistible sumarse al aplauso general final en tributo a su
honradez, a su calidad de ente falible. Salvo el del ridículo, De Pachmann
ponía todos sus sentidos en cuanto tocaba o dejaba de tocar. Todos los
desplantes le eran consentidos, todos los arrebatos perdonados y… todos sus
errores remasterizados. Cuando grabando a sus setenta y nueve años un
Estudio de Chopin para La voz de su amo se equivocó y se pasó del 6.º al
15.º compás no crean que por ello se arredró, sino que su sentido de la
perfección le llevó a empezar sin más el estudio desde el principio. Otro titán
al que se le perdonaban todas sus desventuras digitales, que no eran pocas,
era Anton Rubinstein. Cuenta Enrique F. Arbós en sus amenas Memorias
cómo de joven presenció en Berlín uno de sus mastodónticos recitales y no
se pudo caer en mayor ridículo cuando, tocando una obra propia, el Vals
caprice, «falló todos los si bemol que hay que coger con un difícil salto de
dos octavas». Dado que al final del concierto hubo una ovación descomunal,
Rubinstein hubo de salir a saludar numerosas veces, pero en la primera de
ellas se aproximó al teclado y dio un recado inconfundible al rebelde si bemol
golpeando a puño cerrado sobre la tecla.
¡Fronteras a la vista, sálvese quien pueda!
Pero cambiemos de registro y asomémonos por un momento a esa
malnutrida oveja negra que paradójicamente ramoneaba en el poderosísimo
hemisferio cerebral derecho de no pocos músicos, en cuya vida no todo se
reducía a tocar con creciente perfección o a componer con creciente
maestría. También había que viajar, lo que para algunos constituía un
auténtico
suplicio:
traqueteantes
viajes
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en
diligencia,
tortuosos
Preparado por Patricio Barros