Historia sobre la música clásica. Historia insolita de la musica clasica I - Alberto | Page 16
Historia insolita de la musica clasica I
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Alberto Zurron
sobrino y le dice: «Creo que es mejor que nos vayamos a casa». No, no
estaban sentados en un banco del parque y empezaba a llover. Bueno, sí
llovía, pero no agua, sino imprecaciones. Charles Ives y su sobrino Brewster
asistían en el Aeolian Hall al estreno de una de sus sonatas para violín
cuando ante las primeras disonancias un público un tanto fuenteovejuno
empezó a gritar: «¡No, no!». Algunos se marcharon y los que quedaron
fueron pródigos en rechiflas y abucheos, según testimonio del propio
Brewster años después. Ives tuvo tiempo de desquitarse cuando en 1947 se
le concedió el Premio Pulitzer por su Tercera Sinfonía, declarando que los
premios eran para los niños y no para un adulto hecho y derecho como él, de
manera que renunció a cobrar los quinientos dólares de gratificación, un
gesto de dudosa testimonialidad en quien había hecho millones de ellos
vendiendo seguros a la mitad de los ciudadanos de Conecticut. Dado que en
su ancianidad ya era famoso y sabía de coberturas aseguradoras más que
nadie, Ives disfrutó de inmunidad cuando se permitió calificar a Chopin de
«blando y ataviado con una falda», a Ravel de «débil, mórbido y monótono»
y a Mozart de «afeminado». En fin, acogiéndose al estilo de irreverencia
periodística ya vista, solía dirigirse a Wagner con el apodo de Richie con la
misma espontaneidad que el otro usaba el Shosty contra el autor de la
sinfonía Leningrado.
También Erik Satie adoraba en demasía su propia música, sentimiento
inversamente proporcional al que le producían los críticos cuando no
compartían su misma cosmovisión. Satie no saludaba a los críticos;
directamente los regurgitaba. Uno de ellos, Jean Poueigh, fue centro de sus
pullas. En la noche del ensayo general de su ballet Parade se acercó este a
Satie para felicitarle, pero a la semana siguiente publicó una feroz diatriba en
la que concebía la obra más o menos como una alfombra destinada a ocultar
la basura. Satie, en respuesta, le envió una amable postal donde le
informaba de su crudo ADN: «Mi muy estimado señor, usted no es más que
un zángano, y un zángano antimusical». El crítico demandó a Satie por libelo
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Preparado por Patricio Barros