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PREPARATORIA
los estudios de Panofsky,
la tumba iba a tener, según los bocetos,
cuarenta figuras, reducidas en la actualidad a siete.
La estatua de Moisés ocupa la hornacina central del piso inferior. Se le
representa como un poderoso anciano barbudo, fiero y colosal, en el
momento de reprender a los israelitas que habían caído en la idolatría
mientras él recogía las Tablas de la Ley en el monte Tabor.
El patriarca descarga su ira (la "terribilitá") mesándose la barba,
verdadera catarata ya barroca.
El vigor de su musculatura, la tensión y la energía de la mirada
contrastan con la delicadeza de los escultores del Quattrocento y son
prueba de la impresión que produjo en Miguel Angel el descubrimiento
del Laoconte y del Torso del Belvedere en 1506, dos obras helenísticas
alejadas como el Moisés de los presupuestos del clasicismo.
La composición es cerrada, como en todas las esculturas de Miguel
Ángel, con el típico contraposto que juega con la alternancia de
miembros en tensión y reposo. Músculos venas y cabellos subrayan la
tensión espiritual de la figura, tensión que se refleja en la magnífica
cabeza con el rostro de iluminado, y en los prótomos o cuernos que,
desde la Edad Media servían de clisé para representar la luz divina que
envolvía al patriarca tras su encuentro con Yahvé.
La utilización de los cuernos como atributo de Moisés es frecuente en
el arte desde el siglo XII al XVI y tiene su origen en un error de
traducción de San Jerómino que al verter la Biblia al latín (la Vulgata)
se equivocó al desarrollar un grupo consonántico hebreo y escribió que
de la cabeza de Moisés salían cuernos luminosos cuando en realidad el
pasaje del Éxodo dice que despedía rayos de luz.
Ya Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII se dio cuenta del
despropósito de la traducción pero los cuernos ya se habían convertido
en algo habitual en el arte y se mantuvieron hasta bien entrado el siglo
XVI.
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