En todo caso, la necesidad de información sobre las transacciones comerciales es tan antigua como el intercambio comercial. Por ello, no resulta extraño que desde el surgimiento del comercio se tengan noticias de prácticas contables. En la economía de mercado del oeste europeo, desarrollada alrededor del año 1000 d.C., la información que demandaba el mercader para su negocio sobre qué vender y a qué precio se la ofrecían los precios de mercado y por lo tanto no requería información detallada de costes.
El primer estudio riguroso sobre contabilidad lo realizó Fray Luca Pacioli en el siglo XV, quien recogió en su tratado Summa Arithmetica, Geometria, Proportioni et Proportionalita5 el sistema contable de la partida doble, tal como era practicado por los mercaderes venecianos de su tiempo (Hernández, 1994). No obstante, aunque el trabajo de Pacioli supuso un hito para la contabilidad financiera y la partida doble, no lo ha sido para la de gestión, que siguió un discurrir independiente. La partida doble se creó como un modo de guardar un registro de lo que se debía y te debían y no como ayuda para la toma de decisiones y el control interno.
Hasta hace algunos años, la historiografía contable anglosajona solía datar el nacimiento de la contabilidad de costes hacía el final del siglo XIX o principios del XX (ver Johnson y Kaplan, 1988 y Fleischman y Parker, 1991). Así, según The Academy of Accounting Historians, hasta 1885, año en el que se publicó un libro de Netcalfe titulado “The Cost of Manufacturers” no se puede hablar de contabilidad de costes como disciplina contable. Sin embargo, esto no significa que anteriormente no existiera lo que Littleton (1933) denomina contabilidad de pre-costes (Donoso, 2001). Así, se pueden encontrar asignaciones de costes en la Edad Moderna en distintos países europeos (Ver por ejemplo Solomons, 1952; Parker y Yamey, 1994 y Edwards, 2000)
En toco caso, y siguiendo a Johnson y Kaplan (1988), antes del siglo XIX las transacciones tenían lugar en el mercado entre un propietario, que a la vez era empresario, e individuos que no eran parte de la empresa tales como los proveedores de materia prima, trabajadores a destajo y clientes. La eficiencia para el empresario se reducía a obtener más dinero de las ventas que el que debía pagar a sus proveedores de materia prima y trabajo
Sin embargo, el surgimiento de las fábricas, al final del siglo XVIII y comienzos del XIX, cambió esta concepción ya que los precios de mercado no daban información para el control y la toma de decisiones internas. Concentrando a los trabajadores en un mismo recinto y con una organización jerarquizada se obtenían mayores ganancias que canalizando las actividades en el mercado. Se creó así una demanda de información contable nueva sobre el control de transacciones internas. Por ello, ante la falta de información sobre los precios de los procesos de transformación internos, la gerencia creó herramientas para conocer la eficiencia del trabajo y del material y, a la vez, motivar y evaluar al personal.
Por lo tanto, según Johnson y Kaplan (1988), los orígenes de la contabilidad de gestión moderna pueden hacerse coincidir con la emergencia de las empresas gestionadas jerárquicamente a comienzos del siglo XIX, como las armerías y las fábricas textiles. Estas empresas se constituyeron para desarrollar un proceso de producción complejo (multietapas) aprovechando las economías de escala de procesos relativamente intensivos en capital durante la revolución industrial
En este periodo, las fábricas tendían a situarse próximas a una fuente de energía fácilmente accesible (como por ejemplo una corriente de agua rápida), por lo que geográficamente estaban separadas de la oficina urbana de los propietarios. Esto, junto con los procesos productivos cada vez más complejos y con los productos elaborados en distintas etapas (procesos multietapas), dio lugar a la necesidad de más información de la que en la etapa anterior proporcionaban las transacciones de mercado. Así, para que la eficiencia de los