excesivo que le ha dado un taxista por equivocación. Estos repentinos actos de insensibilidad, que también aparecen en June, me dejan perpleja y supongo que también debo de ser víctima de ellos, aunque
Henry jura que no podría actuar así conmigo. Y hasta ahora en su tratamiento no veo otra cosa que suprema delicadeza . No ha dudado en soltar verdades crueles (es perfectamente consciente de mis defectos),
pero al mismo tiempo sucumbe al embrujo, a la blandura. ¿Por qué confío tanto en él, creo en él y no le
tengo miedo? Quizás es el mismo error que cometió Hugo confiando en mí.
Anhelo a Henry, sólo a Henry. Quiero vivir con él, ser libre con él, sufrir con él. Algunas frases de sus
cartas me obsesionan. Sin embargo, tengo dudas sobre nuestro amor. Temo mi impetuosidad. Todo está
en peligro. Todo lo que he creado. Sigo a Henry el escritor con toda mi alma de escritora, entro en sus
sentimientos mientras vaga por las calles, comparto sus curiosidades, sus deseos, sus putas, pienso sus
pensamientos. Todo en nosotros está unido en matrimonio.
Henry, no me mientes; eres todo lo que creo que eres. No me engañes. Mi amor es demasiado nuevo, demasiado absoluto, demasiado profundo.
Esta noche, mientras Hugo y yo bajábamos desde la cima de la colina, he visto París envuelta en una neblina de calor. París. Henry. No he pensado en él como hombre sino como vida.
Perversamente, le he dicho a Hugo «Hace un calor terrible. ¿No podríamos invitar a Fred, Henry y Paulette a pasar la noche en casa?»
Ello se debía a que esta mañana he recibido las primeras páginas de su nuevo libro, unas páginas estupendas. Ahora es cuando está escribiendo mejor, enfebrecido pero coherente. Cada palabra, da en el clavo.
Está entero y fuerte como nunca lo ha estado. Quiero respirar su presencia unas horas, darle de comer,
refrescarle, llenarlo de esa emanación de tierra y árboles que enardece su sangre. Dios mío, es como vivir
un orgasmo continuo, sólo interrumpido por pequeñas pausas entre arrebatos.
Quiero que Henry sepa esto: soy capaz de subordinar los celos de mujer a la apasionada devoción por el
escritor. Siento una orgullosa servidumbre. En sus escritos hay un esplendor que transfigura todo lo que
toca.
Anoche Henry y Hugo se defendieron mutuamente, se admiraron mutuamente. Floreció la generosidad de
Hugo. Una vez en nuestro dormitorio le compensé por ello. Durante el desayuno, que tomamos en el jardín, leyó las últimas páginas de Henry. Su entusiasmo se inflamó. Yo aproveché la ocasión para proponer
que le abriéramos nuestra casa, a él, el gran escritor. Mientras me cogía la mano, sopesando mis tranquilizadoras palabras –«Henry me interesa como escritor, nada más»– consintió en todo lo que yo quería. Salí
a la verja a despedirlo. Es feliz sólo con sentirse amado, y yo estoy asombrada ante mis propias mentiras,
mi fingimiento.
No salí indemne del infierno de la visita de Henry. El desarrollo, de esos dos días fue intrincado. Justo
cuando yo empezaba a actuar como June, «capaz de adoración, devoción, y también de la mayor sensibilidad para obtener lo que quiere», como había dicho Henry, él se puso sentimental.
Fue después que Hugo se marchara a trabajar. «Es tan sensible que no deberíamos hacerle daño a un
hombre así», dijo Henry. Ello levantó una tormenta en mí. Abandoné la mesa y me fui a mi dormitorio.
Vino a verme llorar, con lo cual demostraba sensibilidad, y se alegró de ello. Pero yo me puse tensa, venenosa.
Cuando Hugo regresó aquella noche, Henry empezó de nuevo a escucharlo atentamente, a hablar en su
lengua, gravemente, ponderadamente. Estábamos los tres en el jardín.
Al principio nuestra charla era inconexa, hasta que Henry comenzó a hacer preguntas sobre psicología.
(En algún momento del día, seguramente llevada por los celos de June, había dicho algo que lo había
puesto celoso de Allendy.) Todo lo que yo había leído el año anterior, todo lo que había hablado con
Allendy y mis propias reflexiones sobre el tema, todo, brotó de mí con sorprendente energía y claridad.
De pronto, Henry me interrumpió y dijo:
–No me fío ni de las ideas de Allendy ni de lo que pienses tú, Anaïs. Sólo lo he visto una vez, pero es un
bruto, un hombre sensual, letárgico, con un fondo de fanatismo en los ojos. Y tú... tú me explicas las co96