sas de una manera tan clara y tan bonita... tan transparente, que todo parece sencillo y cierto. Eres muy
avispada, muy lista. No me fío de tu inteligencia. Haces que todo encaje maravillosamente, cada cosa en
su sitio, resulta de una claridad convincente, demasiado convincente. Y entre tanto, ¿dónde estás? No te
encuentras en la clara superficie de tus ideas, sino que ya te has sumergido a más profundidad, a regiones
más oscuras, para que los demás piensen que les has dado todos tus pensamientos, imaginen que te has
entregado en esa claridad. Pero hay capas y más capas... no tienes fondo, eres insondable. Tu claridad es
engañosa. Eres el pensador que despierta más confusión en mí, más dudas, más inquietud.
Éste es el esquema de su ataque. Lo expuso con extraordinaria irritación y vehemencia. Y Hugo añadió
con calma:
–Parece que te ofrece una estructura perfecta y que luego se escabulle y se ríe de ti.
–Exactamente –dijo Henry.
Me eché a reír. Me di cuenta de que la suma total de sus críticas era halagadora y me alegraba de haberlo
irritado y confundido, pero entonces me invadió la amargura al pensar en la posibilidad de que, de pronto,
se pusiera en contra mía. Sí, la guerra era inevitable. Hugo y él continuaban hablando mientras yo trataba
de rehacerme. Fue demasiado inesperado para mí. También la admiración de Henry hacia Hugo era sorprendente, después de todo lo que había dicho.
Recuerdo que pensé: «Ahora las dos mentes lentas, el pesado alemán y el discreto escocés, se han solidarizado contra mi agudeza.» Bueno, pues seré más aguda y más traicionera. Henry se identifica con Hugo,
el marido, como yo me identifico con June. June y yo hubiéramos flagelado a los dos hombres con placer.
¡Menuda noche! ¿Cómo puede una dormirse emponzoñada, anegada de lágrimas, todavía humeante de
rabia? Adelante, Henry, compadécete de Hugo porque voy a engañarlo un cente