HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 94

de creer cualquier cosa de las mujeres. Lo veo escogido por las mujeres (así ha sucedido con todas las que ha amado seriamente). Son las mujeres las que toman la iniciativa en el contacto sexual. Fue June la que apoyó la cabeza en su hombro y lo invitó a besarla la noche en que se conocieron. Su dureza es sólo externa. Pero, como todas las personas blandas, es capaz de cometer los actos más viles en ciertos momentos, impulsado por su propia debilidad, lo cual lo convierte en un cobarde. Abandonaría a una mujer de la más cruel de las maneras porque no es capaz de enfrentarse a la ruptura de la relación. También su sensualidad es responsable de actos de la más perversa naturaleza. Sólo comprendiendo la violencia de sus instintos es posible creer que un hombre puede llegar a ser tan despiadado. Su vida fluye a un ritmo tan torrencial que, como él mismo dijo hablando -de June, sólo los ángeles o los demonios pueden captar su tempo. Llevamos tres días separados. Esto no es natural. Habíamos adquirido pequeños hábitos: dormir juntos, despertar juntos, cantar en el cuarto de baño, ajustar nuestros gustos y aversiones para armonizarlos. Apetezco muchísimo las pequeñas intimidades; ¿y él? Experimento una fuerte impresión de vida inimaginable para Hugo y Eduardo. Tengo los pechos hinchados. Abro las piernas al máximo cuando hago el amor en lugar de cerrarlas como antes. He disfrutado tanto succionando que casi he alcanzado el climax. Por fin he eliminado mi yo infantil. Aparto a Hugo de mí, exacerbo sus deseos, su terror a perderme. Le hablo cínicamente, lo ridiculizo, le señalo a otras mujeres. En mí no hay lugar para la tristeza ni las lamentaciones. Los hombres me miran y yo los miro a ellos, sin trabas. No más velos. Quiero más amantes. Ahora soy insaciable. Cuando lloro, quiero quitarme la tristeza follando. Henry viene a Louveciennes una calurosa tarde de verano y me cubre en la mesa y luego encima de la alfombra negra. Se sienta en el borde de mi cama y parece transfigurado. El hombre disperso, fácilmente arrastrado, se serena para hablar de su libro. En este momento es un gran hombre. Yo me maravillo de él. Un momento antes, enardecido por la bebida, prodigaba sus gracias. Es muy hermoso contemplar el momento en que cristaliza. Me costó adaptarme a su estado de ánimo. Hubiera podido pasarme la tarde follando. Pero también me encantaba nuestra transición hacia una charla trascendente. Nuestras conversaciones son maravillosas, recíprocas, no duelos sino rápidas iluminaciones mutuas. Yo hago que sus pensamientos provisionales tomen cuerpo, él agranda los míos. Yo le hago detonar, él me hace fluir. Siempre hay movimiento entre nosotros. Y él agarra. Se apodera de mí como de una presa. Estamos tumbados, poniendo sus ideas en orden, decidiendo el lugar que han de ocupar los incidentes realistas de sus novelas. Su libro se hincha en mi interior como si fuera mío. Me fascina la actividad que tiene lugar en su cabeza, las sorpresas, la curiosidad, el deleite, la amoralidad, la sensibilidad y las maldades. Me encantó la última carta que me ha escrito: «No esperes que vuelva a estar cuerdo. Olvidemos la cordura. En Louveciennes fuimos un matrimonio, no puedes discutírmelo. Me marché con un fragmento de ti pegado a mí; voy por el mundo nadando en un mar de sangre, de tu sangre andaluza, destilada y venenosa. Todo lo que hago, digo y pienso está relacionado con nuestro matrimonio. Te vi dueña y señora de tu hogar, una mora de rostro gravé, una negra de cuerpo blanco, ojos por toda la piel, mujer, mujer, mujer. Me parece imposible vivir lejos de ti; estos intervalos son la muerte. ¿Qué sentiste cuando regresó Hugo? ¿Estaba yo todavía allí? No te imagino moviéndote de aquí para allá con él como te habías movido conmigo. Las piernas, cerradas. Fragilidad. Dulce y traicione ra aquiescencia. Docilidad de pajarito. Conmigo te hiciste mujer. Yo estaba casi aterrado. Tú no tienes sólo treinta años, tienes mil años. «He vuelto a casa y todavía ardo de pasión, como el vino humeante. No es ya una pasión por la carne sino un apetito total de ti, un hambre devoradora. He leído los artículos sobre el suicidio y el asesinato y lo comprendo todo plenamente. Me siento asesino, suicida. «Aún te oigo cantar en la cocina... una especie de lamento cubano inarmónico y monótono. Sé que eres feliz en la cocina y la comida que estás preparando es la mejor que hemos comido juntos. Sé que te escal94