HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 93

Yo me siento en el suelo, entre sus rodillas. –Te odio, Henry. Ese cuento de [la novia de Osborn] Jeanne... Me mentiste. Me responde con tanta calma que le creo. Y, si no lo creo, no importa. No importa ninguna maldad del mundo. John está quemado. El presente es magnífico. Henry me pide que me desnude. Me lo quito todo menos la mantilla de encaje negro. Me pide que me la deje puesta y se tumba en la cama, observándome. Me coloco delante del espejo lanzando claveles, pendientes. Contempla mi cuerpo a través de la blonda. Al día siguiente me dedico animosamente a cocinar. De repente me encanta cocinar, para Henry. Cocino platos suculentos, con infinita atención. Me gusta verlo comer, comer con él. Nos sentamos en el jardín, en pijama, embriagados de aire, de las caricias de los árboles ondulantes, los cantos de los pájaros y los cariñosos perros que nos lamen las manos. El deseo de Henry no se apaga nunca. Yo estoy dispuesta, abierta. Por la noche, libros, charla, pasión. Cuando vierte su pasión en mí, me siento hermosa. Le muestro un centenar de rostros. Él me, observa. Todo pasa como una procesión, hasta el climax de esta mañana, antes de dejarme, cuando ve un rostro quemado, grave, sensual, moruno. Anoche hubo tormenta. Granizo del tamaño de una canica. Un enfurecido mar de árboles. Henry está sentado en un sillón y pregunta: «¿Leemos a Spengler?» Ronronea como un gato. Tiene el bostezo de un tigre, todos los gritos de satisfacción de la selva. Le vibra la voz en el estómago. He puesto la cabeza allí para escuchar, como contra un órgano. Estoy en la cama. Llevo un vestido de encaje, nada más, pues le gusta mirarme. «Ahora –dice– pareces un Ingres.» No soporto que estemos separados. Me siento en el suelo. Me acaricia el cabello. Me da besos alados en los ojos. Es todo ternura, solicitud. La sensualidad se agotó durante la tarde, pero baja los ojos y me muestra su deseo de nuevo prominente. Él mismo se sorprende: «Te quiero; ni siquiera pensaba en follar. Pero sólo con que me toques...» Me siento en sus rodillas y nos hundimos en la embriaguez de la succión. Durante un largo, largo rato sólo lenguas, los ojos cerrados. Luego el pene y el derrumbamiento de los muros de carne, asir, abrir, morder. Nos revolcamos por el suelo hasta que yo quedo agotada y permanezco inmóvil diciendo que no. Pero cuando me ayuda a quitarme el vestido y me abraza desde atrás, me levanto de un salto encend