bién es un grabado de dolor, un tatuaje de mí misma.
Henry piensa que el diario sólo es importante cuando lo que escribo es verdad, como los detalles de mis
engaños.
A mí me parece que sólo sigo el hilo más accesible. Puede haber tres o cuatro hilos agitados al mismo
tiempo, como cables telegráficos, y, si hubiera de interceptarlos todos, revelaría una mezcla de inocencia
y duplicidad, generosidad y premeditación, miedo y valentía. No puedo contar toda la verdad simplemente porque tendría que escribir cuatro diarios a la vez. Con frecuencia tendría que repetir los episodios a
causa del vicio de embellecer.
«Hotel Achenseehof», Tirol. Anoche, en la cama, alargué la mano desolada con el deseo de tocar al vital y
sensual Henry. Me dio pena cuando confesó que me había escrito una carta apasionada desde Dijon y que
luego la había destruido porque la mía contenía alusiones a su hipersensualidad, que yo no había concebido como un reproche, y él así las tomó.
Ay, dormir hasta haber recuperado la entereza, despertar libre y ligera. Pensar en las muchas cartas que he
de escribir me desasosiega. Ni siquiera a Henry le he mandado más que una pequeña nota. Montes, gruesas nubes, neblinas, edredones, mantas y yo, quieta como un lirón. La nariz normal. Escondo el diario en
la cocina, con las cenizas.
Por Henry me he despertado y he escrito una carta. Me he despertado para recordar lo que había soñado:
June había regresado. Venía a verme a mí antes de ver a Henry; estaba otra vez hosca e indiferente, como
en otros sueños. Yo estaba dormida. Me despertó con un beso pero inmediatamente empezó a decirme lo
decepcionada que estaba, así como a criticar mi apareciencia. Cuando dijo que tenía la nariz demasiado
ancha, le explique lo de la operación. Pero me arrepentí inmediatamente porque me di cuenta de que se lo
contaría a Henry. Le dije que era consciente de que ella era más guapa que yo. Me pidió que la masturbara. Lo hice con gran habilidad y experimenté la misma sensación que si me lo hiciera a mí misma. Ella me
agradeció el placer y se marchó dándome las gracias. «Voy a ver a Henry», dijo.
Carta a Henry: «Anoche estuve pensando en cómo podría demostrarte, mediante lo que más me costara
hacer, que te amo; y sólo se me ha ocurrido mandarte dinero para que te lo gastaras en una mujer. Pensé
en la Negra. Me gusta porque al menos siento que mi propia dulzura se derrite en ella. Por favor, no vayas
con una mujer demasiado barata, demasi F