Tuvimos una charla divertida sobre nuestros comienzos. Henry quería besarme el primer día que nos quedamos solos, el día de nuestro paseo hasta el bosque, hablando de June.
–Pero confiesa que para ti era un juego, al principio –digo.
–Al principio de todo no. Luego en Dijon, sí, tuve ideas crueles y frías, intención de usarte. Pero el día
que regresé a París y vi tus ojos... ay, Anaïs, tu mirada en el restaurante, cuando regresé, eso me conquistó. Pero tu vida, tu seriedad, tus antecedentes, me asustaban. Hubiera sido muy lento si tú no hubieras...
Ahora me río cuando lo pienso... lo que le leo del diario rojo, el sueño sobre sus escritos. Fui yo la que
rompí el caparazón porque deseaba desesperadamente que me conociera. Y qué sorpresa constituí para él,
según me dice. Seguí un impulso, osada, valientemente. ¿Fue porque tengo una visión más rápida y sabía
que Henry y yo...? ¿O por ingenuidad?
Confesamos dudas graciosísimas acerca del otro. Me he imaginado a Henry diciéndole a June: «No, no
amo a Anaïs. He actuado como lo haces tú por conseguir lo que podía darme.» Y él me ha imaginado
hablando despectivamente de él dentro de unos meses. Estamos sentados en la cocina intercambiando estas diabólicas excrecencias de unas mentes excesivamente fértiles, que una caricia disipará en un momento. Yo estoy en pijama. Henry me pasa la mano por el hombro y nos reímos preguntándonos cuál será la
verdad.
El contraste entre la sensualidad de Hugo y la de Henry me atormenta. ¿Podría lograrse que Hugo se volviera más sensual? Con él dura tan poco... Se cree un fenómeno porque me poseyó seis noches seguidas,
pero con movimientos rápidos y violentos. Incluso después del paroxismo, la ternura de Henry es más penetrante, más prolongada. Sus besitos suaves, como gotas de lluvia, permanecen en mi cuerpo casi tanto
rato como sus caricias violentas.
–¿Estás seca alguna vez? –me pregunta de broma. Le confieso que Hugo tiene que usar vaselina. Entonces
me doy cuenta del significado de esta confesión y me siento abrumada.
Anoche, mientras dormía, le toqué el pene a Hugo como he aprendido a tocárselo a Henry. Lo acaricié y
lo oprimí con la mano. En mi ensueño pensé que era Henry. Hugo se excitó y comenzó el acto, lo cual me
despertó del todo. Quedé profundamente decepcionada. El deseo se apagó.
Amo a Hugo sin pasión, pero la ternura es también un fuerte lazo. No lo abandonaré nunca mientras me
quiera. Estoy convencida de que esta pasión por Henry se extinguirá.
Es para los hombres que no son fundamentalmente físicos para quienes soy la mujer esencial, hombres
como Hugo, Eduardo e incluso Allendy. Henry puede pasarse sin mí. Sin embargo, es extraordinario
comprobar cómo lo he cambiado, cómo se ha vuelto íntegro, cómo son raras ya las veces que ataca ahora
molinos de viento y vitupera ilógicamente. Soy yo la que no puedo vivir del todo sin Henry. También yo
he cambiado. Me encuentro inquieta, animada, con ansia de aventuras. Para hacer honor a la verdad, espero secretamente conocer a alguien, continuar viviendo como vivo, sensualmente. Tengo sueños eróticos.
No deseo introspección, soledad, trabajo. Quiero placer.
Estos días me ocupo en frivolidades. Sirvo a la diosa de la belleza en la esperanza de que me conceda algún don. Me esfuerzo por conseguir una piel deslumbrante, un cabello vibrante, buena salud. Cierto, no
tengo ropa nueva a causa de Henry, pero eso no importa. He teñido, reformado y arreglado la vieja. El
lunes voy a correr el riesgo de someterme a una operación que borrará para siempre la graciosa desviación
de mi nariz.
Después de pasar una noche juntos, Henry y yo no nos podíamos separar. Yo había prometido ir a casa el
domingo y pasar la velada con Eduardo. Pero Henry dijo que vendría a Louveciennes conmigo, ocurriera
lo que ocurriera. Nunca olvidaré este día y esa noche. Las criadas habían salido; teníamos la casa para nosotros solos. Henry la exploró y disfrutó al máximo de ella. Cuando se lanzó sobre nuestra enorme y mullida cama, su voluptuosidad le contagió. Yo le seguí y me penetró rápida y ansiosamente.
Hablamos, leímos juntos, bailamos, escuchamos grabaciones de guitarra. Leyó fragmentos del diario violeta. Si él sentía la atmósfera de cuento de hadas de la casa, yo empecé a percibir asimismo una especie de
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