Cuando se conoce la brutalidad que existía entre Henry y June, es extraño ver lo atento que está á la más
mínima muestra de aburrimiento o fatiga que dé yo. Ha nacido en él una nueva sensibilidad y una nueva
afabilidad. En broma, cuando hablamos de mi falta de dureza, le dije que esperaba que eso me lo diera él,
que esperaba chocar con él, enfrentarme al ridículo, a la brutalidad, aprender a pelear y a devolver los
golpes, así como a gritar más que el otro, pero que no me había proporcionado en absoluto esa experiencia.
Había desarmado al Bubu que iba a hacer una mujer dura de mí. Ni siquiera me critica. Conmigo abandona rápidamente sus juicios impulsivos, como llamar adorable a Paulette. Con paciencia y dulzura consigo
equilibrio en un hombre que es todo reacciones, oscilaciones, oposición. A veces, cuando se maravilla
ante la habilidad de mis dedos, ya esté trinchando pescado o arreglándole la corbata, pienso en Lawrence,
tan irritable, amargado y aprensivo, y creo que estoy tocando un instrumento muy similar. Todavía siento
sus besos en las palmas de las manos, y me resisto a bañarme porque estoy impregnada de olores maravillosos.
Hugo va a llegar dentro de unas horas y la vida continúa por sendas contradictorias. Me pregunto cuánto
tiempo seguiré deseando al sensualista. Antes de dormirse, me dijo: «Oye, no estoy borracho y no soy un
sentimental, pero quiero decirte que eres la mujer más maravillosa del mundo.»
Cuando digo que le amo sensualmente, no quiero decir eso al pie de la letra. Le amo de muchas maneras,
cuando se ríe en el cine o habla en voz muy baja en la cocina; amo su humildad, su sensibilidad, su corazón de amargura y furia.
Iba a escribirle a June una carta brutal, llena de acusaciones, y en ese momento yo le entregué un documento que justifica todos sus actos. Fue como si hubiera levantado la mano para pegarle y yo hubiera tenido que detenerlo. Ahora sé que June es una drogadicta. He encontrado unas descripciones en un libro
que corroboran lo que yo había presentido vagamente.
Henry quedó perplejo. Es tan fácil engañarle. June hablaba constantemente de drogas, como el criminal
que regresa a la escena del crimen. Necesitaba sacar el tema a colación mientras negaba violentamente
haber tomado nunca drogas (con la excepción de una o dos veces, quizás). Henry empezó a unir los fragmentos. Cuando vi su desesperación, me asusté.
–Lo que digo no es absolutamente seguro. A veces sintetizo con demasiada rapidez. –Pero yo creía que
estaba en lo cierto.
Entonces hizo el único juicio ético que le he oído hacer sobre la autodestrucción: que drogarse denota una
deficiencia en la propia naturaleza. Por eso la relación no tenía esperanza.
Cuando empezó a cuestionarse cuánto le amaba June y a comparar su amor con el mío, sentí una gran pena hacia él. Yo la defendí diciendo que lo ama a su manera, que es inhumana y fantástica. Aunque es cierto que yo no le dejaría como le deja ella. Es cierto, como dice él, que su mayor amor es amor a sí misma.
No obstante, es el amor por sí misma lo que la ha hecho un gran personaje.
A veces a Henry le asombra la admiración que le tengo a June. Anoche dijo:
–Al principio querías que June regresara. ¿Tengo razón al pensar que ahora no quieres?
–Sí. –Y también he admitido otras cosas, después de no responder nunca a su pregunta sobre si éramos
amantes. Una vez, estando yo en sus brazos, me presionó con tanto sentimiento diciendo «dime que no
me has engañado; me haría un daño terrible, dímelo», que le dije que no. Desvelé el misterio, sabiendo
que no debía, aunque me sentía incapaz de hacer otra cosa.
Exasperar a un hombre puede ser un placer, pero yacer en brazos de Henry, entreg arse completamente a
él, me pareció un placer todavía mayor, sentir cómo se relajaba su cuerpo y ver cómo se dormía feliz. Al
día siguiente siempre puedo recuperar mi escudo femenino, reanudar la guerra innecesaria y odiosa. A
plena luz del día puedo devolverle un poco de angustia, de celos, de miedo, porque eso es lo que quiere,
Henry, el Eterno Esposo. Le encantaba sufrir con June, aunque también le encanta que yo lo alivie del sufrimiento.
86