y que esa misma confianza (que me da Allendy) es lo que le hace a uno creer en su propio poder. En resumen, que todavía no sé lo suficiente de psicoanálisis para darme cuenta de que se lo debo todo a Allendy.
Me he resistido a mirarlo sentimentalmente. En realidad me alegro de no amarlo. Sí, lo necesito, y lo admiro, pero sin sensualidad. Tengo la sensación de que espero que se enfade conmigo. Me gusta cuando
admite que lo intimidé el prime r día que nos vimos, y cuando habla de mi encanto sensual. La conciencia
de que la transferencia es una emoción estimulada artificialmente me inspira más desconfianza que nunca.
Si dudo de las genuinas manifestaciones del amor, ¿cómo no he de dudar de este lazo creado mentalmente?
Allendy dice que he de encontrar mi ritmo verdadero. Sacó esta idea de un sueño muy visual que tuve.
Por lo que él deducía de estudiarme, yo era fundamentalmente una exótica cubana, con encanto, sencillez
y pureza. Todo lo demás era literario, intelectual. Interpretar papeles no tiene nada de malo siempre que
no se tomen en serio. Pero yo me vuelvo sincera y voy hasta el final. Entonces me siento incómoda y desdichada. Allendy cree también que mi interés por las perversiones es fingido.
Mucho después de que dijera esto, recordé que donde más feliz he sido es en Suiza, donde viví ajena a
cualquier papel externo. ¿Me considero interesante con una pamela, un vestido sencillo y poco maquillaje
como iba en Suiza? No, pero me considero interesante con un sombrero ruso. Falta de fe en mis valores
fundamentales.
Llegados a este punto, empiezo a tener reparos. Si el psicoanálisis va a aniquilar toda la nobleza de los
motivos personales, así como del arte, descubriendo raíces neuróticas, ¿con qué los sustituirá? ¿Qué sería
yo sin mis adornos, trajes y personalidad? ¿Sería una artista más vigorosa?
Allendy dice que he de vivir con mayor sinceridad y naturalidad. No debo rebasar los límites de mi naturaleza, crear disonancias, desviaciones, papeles (como ha hecho June), porque ello lleva a la desdicha.
Estoy escribiendo en la sala de Allendy. Oigo una voz de mujer en el despacho. Estoy celosa. Me molesta
porque los oigo reír. Es la primera vez que no está dispuesto a la hora convenida. Y yo le traigo un sueño
cariñoso, la primera vez que me he permitido pensar en él físicamente, amorosamente. Tal vez no debería
contarle el sueño. Es darle demasiado, mientras que él...
Mi disgusto se desvanece cuando aparece. Le cuento el sueño. Considera que es un avance. Unos meses
atrás me lo hubiera callado. Se alegra del cariño que está surgiendo en nuestra relación. Pero me demuestra que el sueño indica que mi felicidad deriva más del hecho de que deje de lado a otras personas para
prestarme toda su atención que de la propia atención.
–Volvemos al punto sensible. Su inseguridad, su necesidad de ser amada exclusivamente. En todos sus
sueños hay también una gran ansia de posesión. En el amor es malo ser absorbente y ello sólo se debe a la
falta de confianza. Por lo tanto, cuando alguien la comprende y la quiere, usted se siente extraordinariamente agradecida.
Allendy siempre restaura la sinceridad. Considera que reprimo mis celos y mi ira y que yo sola he de cargar con ellos. Dice que debo expresarlos, liberarme de ellos. Practico una falsa bondad. En realidad no
soy buena. Me obligo a ser generosa, indulgente.
–Durante un tiempo –dice–, actúe con toda la ira que quiera.
Tal sugerencia tiene resultados terribles. Salieron a la superficie un millar de causas de resentimiento contra Henry, su fácil aceptación de mis sacrificios, su irracional defensa de cualquier cosa que sea atacada,
su gusto por las mujeres ordinarias, su miedo a las mujeres inteligentes, su vituperación de June, el ser
magnífico.
Desperté con la sensación de que Allendy iba a besarme durante la sesión. El día parecía propicio, un
tiempo excelente, tropical. Me sentí lánguida y triste por tener que separarme de él.
Cuando llegué y le dije que no volvería, dejó el análisis y nos pusimos a hablar. Contemplé su nariz de
mujik y pensé si un hombre como aquél sería sensual. Era consciente de que estaba adoptando mis poses
usuales. Pero estaba aterrada. Al final de la charla me cogió las manos. Y lo esquivé un poco. Me puse el
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