Qué fuerzas tan sutiles actúan en el ser sensual. Una pequeña ofensa, un momento de odio, y puedo disfrutar de Hugo completamente, con frenesí, en la misma medida en que he disfrutado del propio Henry.
No soporto los celos. He de borrarlos mediante una compensación. Por cada una de las putas de Henry,
me vengaré, pero de una manera más terrible. Ha dicho muchas veces que de nosotros dos soy yo la que
en cierto sentido cometo los actos más profanos.
Detrás de mi embriaguez hay siempre una cierta consciencia, la suficiente para negarme a responder a las
preguntas y dudas de Henry sobre mí. No trato de ponerle celoso; pero tampoco admito la tontería de la
fidelidad. Es así como las mujeres se ven empujadas a la guerra con los hombres. No hay posibilidad de
absoluta confianza. Confiar es ponerse en manos de otro y sufrir. Ay, mañana, cómo le voy a castigar.
Me alegro de haber dejado que Hugo me besara durante largo rato y me llevara en brazos a la parte de
atrás del jardín, entre los falsos naranjos, a su regreso de Londres.
Mientras estaba fuera, me encontré con Henry, y me llevé el pijama, el peine y el cepillo de dientes, pero
estaba lista para despegar. Le dejé hablar.
–Esta Paulette y Fred –dice–, hacen buena pareja. No sé cómo terminará. Ella es más joven de lo que
había dicho. Al principio teníamos miedo de que sus padres le buscaran complicaciones a Fred. Me encarga que la cuide por las tardes. La he llevado al cine, pero la verdad es que me aburre. Es demasiado
joven. No tenemos nada que decirnos. Está celosa de ti. Leyó lo que escribió Fred. «Hoy esperamos a la
diosa.»
Me río y le digo lo que he pensado yo. Veo en su rostro que Paulette no le interesa, aunque admite que es
la primera vez que se siente indiferente.
–Paulette no es nada –dice–. Escribí aquella carta con entusiasmo porque me gustaba el entusiasmo de
ellos, me lo contagiaron.
Se convirtió en tema de bromas. Para mí fue una dura prueba ir a Clichy a conocer a Paulette. Le tenía
miedo y quería llevarle un regalo, porque era una presencia extraña, una persona nueva en nuestra vida de
Clichy, que vivía allí como a mí me gustaría vivir.
No era más que una niña, delgada y desgarbada, pero temporalmente atractiva porque Fred la había hecho
mujer, y porque estaba enamorada. Henry y yo disfrutamos de sus infantiles arrullos durante un rato y
luego nos cansamos; el resto de los días que pasé en Clichy huimos de ellos.
Una noche, cuando llegué, a Henry le dolía el estómago. Tuve que cuidarlo como cuido a Hugo: toallas
calientes, masaje. Estaba en la cama mostrando un estómago blanquísimo. Se durmió un rato y despertó
curado. Leímos juntos. Tuvimos una asombrosa fusión. Dormí en sus brazos. A la mañana siguiente me
despertó con caricias murmurando no sé qué de mi expresión.
La otra cara de Henry, con la cual tal vez algún día repudie todo esto, es para mí, de momento, imposible
de imaginar.
Justo antes de esto tuve una sesión con Allendy en la cual mostré claramente una regresión. Le devolví un
préventif de goma que me había aconsejado que me pusiera. Interpretación: quería demostrarle que estaba
dispuesta a arrepentirme de mi «vida disoluta». Y eso porque Joaquín tenía apendicitis y ello me producía
un sentimiento de culpa.
Entonces confesé que ciertas prácticas del juego sexual no me atraen, como chupar el pene, cosa que hago
para complacer a Henry. En relación con esto recordé que unos días antes de mi unión con Henry no podía tragar la comida. Tenía náuseas. Puesto que la sexualidad y la comida tienen relación, Allendy cree
que ello se debía a una resistencia inconsciente a la sexualidad. La resistencia se vuelve a manifestar con
más fuerza cuando algún incidente despierta de nuevo mi sentimiento de culpa.
Me di cuenta de que mi vida se había vuelto a detener. Lloré. Pero tal vez gracias a esta conversación con
Allendy pude continuar, pude ir a ver a Henry, dominar mis celos de Paulette. Supongo que es una indicación de mi orgullo e independencia el decir que me resulta difícil atribuir totalmente al psicoanálisis mis
diversas victorias, y estoy dispuesta a creer que se deben a la gran humanidad de Henry o a mi propio esfuerzo.
Eduardo me hizo ver con qué rapidez me olvido de la verdadera fuente de la recuperación de la confianza
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