en que lo espero, o abre la verja de nuestra casa, sólo con verlo me siento alborozada. Ninguna carta de
nadie, ni siquiera en alabanza de mi libro, me emociona tanto como una nota suya.
Cuando está borracho se vuelve sentimental de una manera humana y sencilla. Empieza a imaginarse
nuestra vida en común, a mí como su esposa: «Jamás estarás tan guapa como cuando te vea remangarte
antes de trabajar para mí. Seríamos muy felices. No te quedaría tiempo para escribir.»
Ay, el esposo alemán. Me río. Así que no tengo tiempo para escribir y me convierto en la esposa de un
genio. Eso me apetecía, entre otras cosas, pero no hacer las faenas domésticas. No me casaría nunca con
él. Ay, no. Sé que le encanta la libertad que le doy pero también que es extremadamente celoso y que no
me dejaría actuar con la misma libertad.
Sin embargo, cuando le veo feliz como un niño con mi amor, no me decido a practicar el juego de preocuparle, engañarle, atormentarle. Ni siquiera deseo provocarle demasiados celos.
El papel inconsciente de Fred es envenenar mi felicidad. Me señala las debilidades del amor de Henry. No
me merezco un amor a medias, dice. Merezco cosas extraordinarias. Y un cuerno; el amor a medias de
Henry vale más para mí que el amor total de un millar de hombres.
Me he imaginado durante un momento un mundo sin Henry y he jurado que el día que pierda a Henry
abandonaré mi vulnerabilidad, mi capacidad para el verdadero amor, mis sentimientos, por la más enloquecida entrega al placer. Después de Henry no quiero más amor. Sólo relaciones sexuales por un lado y
soledad y trabajo por otro. No quiero más dolor.
Tras pasar cinco días sin ver a Henry por culpa de un millar de obligaciones, ya no pod :