HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 76

JUNIO 1932 Anoche Henry y yo fuimos al cine. Cuando el argumento se puso trágico, desgarrador, me cogió la mano y entrelazamos con fuerza los dedos. En cada opresión compartíamos su respuesta a la historia. Nos besamos en el taxi, mientras íbamos a encontrarnos con Hugo. No podía separarme de él. Perdí la cabeza. Me fui con él a Clichy. Me penetró tan completamente que cuando regresé a Louveciennes y me dormí en brazos de Hugo, todavía pensaba que era Henry. Toda la noche tuve a Henry a mi lado. En sueños acoplé mi cuerpo al de él. Esta mañana me he encontrado abrazada a Hugo y me ha costado un buen rato darme cuenta de que no era Henry. Hugo cree que anoche estaba muy cariñosa, pero a quien amaba era a Henry, a quien abrazaba era a Henry. Desde que Allendy se ha ganado mi confianza he ido dispuesta a hablar francamente sobre mi frigidez. Le he confesado esto: que cuando la relación sexual con Henry me producía placer temía quedarme embarazada y pensaba que no debía existir orgasmo con demasiada frecuencia. Pero hace unos meses un médico ruso me dijo que no ocurriría con facilidad; de hecho, si deseaba tener un hijo, tendría que someterme a una operación. Entonces desapareció el miedo a quedar embarazada. Allendy dijo que el hecho de no haber tratado de ocuparme de este tema durante los siete años de vida sentimental demostraba que en realidad no le daba ninguna importancia, que lo había utilizado como una mera excusa para no abandonarme en el coito. Cuando el miedo se desvaneció, pude examinar más de cerca la verdadera naturaleza de mis sentimientos y expresé una inquietud por lo que yo llamaba la pasividad impuesta de las mujeres. Quizá dos veces de cada tres, todavía sigo siendo pasiva, espero la actividad del hombre, como si no quisiera ser responsable del placer que estoy experimentando. «Eso es para mitigar su sentimiento de culpa –dice Allendy–. Se niega a ser activa y se siente menos culpable si es el otro el activo.» Tras la charla anterior con Allendy, había percibido un ligero cambio. Era más activa con Henry. Él lo notó y dijo: «Me encanta cómo me follas ahora.» Y ello me produjo un intenso placer. Lo que más me asombra de June es lo que cuenta Henry de su agresividad, cómo lo hace suyo, lo busca a voluntad. Si yo experimento en alguna ocasión la agresividad, me produce una sensación de angustia, de vergüenza. Ahora experimento de vez en cuando una parálisis psíquica algo similar a la de Eduardo, aunque en un hombre es más grave. Allendy me obligó a admitir que desde el último análisis tengo plena confianza en él y que le he tomado mucho aprecio. Está bien, si es necesario para el éxito del análisis. Al final de la sesión, podía usar la palabra «frigidez» sin ofenderme. Incluso me reía. Una de las cosas que observó es que me visto de manera más sencilla. Ya no siento tanto la necesidad de ataviarme de forma original. Ahora casi puedo llevar ropa corriente. El vestido para mí ha sido una expresión externa de mi secreta falta de confianza. Puesto que estaba insegura de mi belleza, dijo Allendy, diseñaba ropas extravagantes que me distinguieran de las demás mujeres. –Pero si me vuelvo alegre y banal –dije en tono de broma– el arte del vestir, que debe su existencia únicamente al sentimiento de inferioridad, quedará mortalmente afectado. –¡El fundamento patológico de la creación! ¿Qué será de la creadora si me vuelvo normal? ¿O es que simplemente ganaré en fuerza para vivir mis instintos con mayor plenitud? Probablemente me veré aquejada de enfermedades distintas y más interesantes. Allendy dijo que lo importante era estar a la altura de la vida. Mi felicidad está en suspenso, lo que ocurre viene determinado por el próximo movimiento de June. Entre tanto, espero. Me embarga un temor supersticioso a empezar otro diario. Este está lleno de Henry. Si en la primera página del nuevo tuviera que escribir «ha llegado June», sabría que había perdido a mi Henry. Sólo me quedaría un librito de alegría encuadernado en violeta, escrito muy de prisa, vivido muy de prisa, nada más. El amor reduce la complejidad de la vida. Me sorprende que cuando Henry avanza hacia la mesa del café 76