HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 62

tema [la fidelidad] era un anacronismo. Eso me dolió. Fue como una crítica de toda mi vida. Sin embargo, no me veo capaz de cometer un delito, y herir a Hugo sería un delito. Además, él me ama como no me ha amado nadie. –No le has dado a nadie más una oportunidad real. Recuerdo todo esto mientras Hugo trabaja en el jardín. Vivir con él ahora me produce la sensación de que me encuentro en el mismo estado que a los veinte años. ¿Es culpa suya, de esa frescura juvenil de nuestra vida en común? Dios mío, ¿puedo preguntar sobre Hugo lo que Henry pregunta sobre June? Él la ha colmado. ¿He colmado yo a Hugo? La gente ha dicho que en él no hay nada que no sea mío. Tiene una enorme capacidad de anularse a sí mismo, de amar. Ello me conmueve. Incluso anoche habló de su incapacidad para relacionarse con otras personas, dijo que yo era la única de quien se sentía próximo, con quien era feliz. Esta mañana, en el jardín, se hallaba arro bado. Quería que yo estuviera allí, cerca de él. Me ha dado amor. Y ¿qué más? En él amo el pasado. Pero todo lo demás ha desaparecido. Después de hacerle a Henry semejantes revelaciones sobre mi vida, me sentí desesperada. Era como si fuera una criminal, hubiera estado en la cárcel y por fin me hallara libre y dispuesta a trabajar mucho y honradamente Pero en cuanto la gente descubre tu pasado no quieren darte trabajo y suponen que volverás a actuar como un criminal. He roto conmigo misma, con mis sacrificios y mi compasión, con lo que me encadena. Voy a empezar de nuevo. Quiero pasión, placer, ruido, embriaguez y todas las maldades. Pero mi pasado asoma inexorablemente, como un tatuaje. He de formar un nuevo caparazón, vestir nuevos disfraces. Mientras espero a Hugo en el coche, escribo en una caja de cerillas (en el regreso de las «Sultanes» hay un buen espacio rosado). Hugo ha descubierto que no he hablado con el jardinero sobre el jardín, ni con el albañil sobre la grieta del estanque, no he hecho las cuentas, ni he pasado por la modista para probarme el traje de noche, he roto la rutina. Una noche me llama Natasha –yo he dicho que me quedaba a dormir en su estudio– y me pregunta: «¿Qué has hecho estos últimos diez días?» No puedo responder porque Hugo me oiría. «¿Por qué te ha llamado Natasha?», pregunta él. Luego, en la cama, Hugo lee. Mientras escribo ante sus propios ojos, no supone que mis palabras son de lo más traicioneras. Pienso de él lo peor que he pensado nunca. Hoy, mientras trabajábamos en el jardín, he tenido la sensación de que me encontraba de nuevo en Richmond Hill, envuelta en libros y éxtasis; Hugo pasaba por allí con la esperanza de verme, aunque fuera de refilón. Dios mío, hoy, durante un momento, me he sentido enamorada de él, con el alma y el cuerpo virginal de esos primeros días. Una parte de mi ser ha crecido inmensamente, sin apartarme del amor juvenil, de un recuerdo. Y ahora la mujer que yace desnuda en la vasta cama observa a su amor juvenil inclinarse sobre ella y no lo desea. Desde aquella charla que mantuve con Henry en la cual admití más de lo que había admitido ante mí misma, mi vida ha cambiado y se ha deformado. La inquietud que antes era vaga y anónima ha adquirido una claridad intolerable. Y precisamente va a clavarse en el centro de la estructura más perfecta y más firme, el matrimonio. Cuando eso se tambalea, toda la vida se desmorona. Mi amor por Hugo se ha vuelto fraternal. Contemplo casi con horror este cambio, que no ha sido repentino sino que ha aflorado a la superficie lentamente. Yo había cerrado los ojos a todas las señales. Lo que más temía era admitir que no deseaba la pasión de Hugo. Contaba con la facilidad para repartir mi cuerpo. Pero no es así. Nunca lo ha sido. Cuando corrí hacia Henry, le entregué todo a Henry. Tengo miedo porque me he dado cuenta del alcance de mi encarcelamiento. Hugo me ha secuestrado, ha fomentado mi amor a la soledad. Ahora lamento todos esos años en que no me daba más que su amor y yo buscaba el resto en mí misma. Años de penuria, años peligrosos. Debería romper con toda mi vida y no puedo. Mi vida no es tan importante como la de Hugo, y Henry no 62