desde que era pequeña, quería seducir a su padre y no lo lograba, ha desarrollado también un fuerte sentido de culpa. Quiere deslumbrar físicamente, pero, cuando lo logra, algo la detiene. Me ha dicho que desde
entonces no ha vuelto a bailar.
–No. Incluso he sentido un fuerte rechazo. También se debió a la mala salud.
–Sin duda, si alcanzara el éxito en literatura, la abandonaría también para castigarse a sí misma.
Otras mujeres de talento pero feas están satisfechas de sí mismas, tienen confianza, se comportan con seguridad, y yo, que tengo talento y soy atractiva, al menos eso me dice Allendy, lloro porque no me parezco a June y no inspiro pasiones.
Trato de explicárselo. Me he colocado en la peor posición por querer a Henry y compartirlo con una June
que es mi mayor rival. Me expongo a un golpe mortal porque estoy segura de que Henry elegirá a June
(igual que yo la elegiría si fuera hombre). También sé que si June regresa, no me elegirá a mí frente a
Henry. De modo que en ambos casos sólo puedo perder. Y éste es el riesgo que corro. Todo me empuja a
ello. (Allendy me dice que es masoquismo.) Vuelvo a buscar el dolor. Si ahora dejara a Henry, por voluntad propia, sólo sería para sufrir menos.
Siento dos impulsos: uno masoquista y resignado, el otro de escapar. Ansío encontrar a un hombre que me
salve de Henry y de esta situación. Allendy escucha y medita sobre ello.
Una noche, en la cocina de Henry –él y yo solos– hablamos hasta quedarnos vacíos. Él saca el tema del
diario rojo, me dice qué defectos he de procurar evitar y luego me dice:
–¿Sabes lo que me extraña? Cuando hablas de Hugo, dices cosas maravillosas, pero al mismo tiempo son
poco convincentes. No dices nada que merezca tu admiración o amor. Parece forzado.
Inmediatamente me siento incómoda, como si fuera Allendy el que me interroga.
–No es cosa mía hacerte preguntas, Anaïs –prosigue Henry–, pero escucha, no es nada personal. Yo aprecio a Hugo. Creo que está bien. Sólo intento comprender tu vida. Me imagino que te casaste con él cuando
tu carácter no estaba del todo formado, o por no contrariar a tu madre o a tu hermano.
–No, no, no fue por eso. Lo amaba. Por mi madre o mi hermano me hubiera casado en La Habana, en sociedad, por todo lo alto, pero no podía.
–El día que Hugo y yo nos fuimos a dar un paseo traté de comprenderlo. Lo cierto es que si en Louveciennes lo hubiera visto sólo a él, hubiera ido una sola vez, hubiera dicho «es un buen hombre» y me
hubiera olvidado.
–Hugo es poco comunicativo –dije–. Se tarda tiempo en conocerlo. –Y durante todo ese rato, mi vieja,
secreta e inmensa insatisfacción fluye como un veneno y no hago más que decir tonterías tales como que
el Banco lo domina y que durante las vacaciones es muy distinto. Henry reniega.
–Es evidente que tú eres superior a él. –Siempre la misma frase odiosa; la misma que pronunció también
John.
–Sólo en inteligencia –digo yo.
–En todo. Y, oye, Anaïs, respóndeme. ¿No estarás haciendo un sacrificio? No eres feliz, ¿verdad? ¿No
sientes a veces deseos de escapar de Hugo?
No puedo responder. Bajo la cabeza y me echo a llorar. Henry
se acerca a mí.
–Mi vida es un desastre –digo–. Estás tratando de hacerme admitir una cosa que ni yo misma reconozco,
como has visto en el diario. Has percibido cuánto quiero amar a Hugo y en qué sentido lo amo. Tengo
constantes visiones de cómo hubiera sido aquí, contigo, por ejemplo. Me he sentido muy satisfecha, Henry.
–Pero ahora –dice Henry– sólo conmigo florecerías con tanta rapidez que pronto agotarías todo lo que yo
puedo darte y pasarías a otro. Lo que tu vida puede llegar a ser no tiene límites. He visto que eres capaz de
nadar en una pasión, en una gran vida. Escucha, si fuera otro el que hiciera las cosas que has hecho tú,
diría que son disparates, pero, por una razón o por otra, en ti parecen correctas. Este diario, por ejemplo,
está lleno de riqueza. Tú dices que mi vida es rica, pero tan sólo está llena de acontecimientos, incidentes,
experiencias, personas. Lo que de verdad es rico son estas páginas que se basan en tan escaso material.
–Pero piensa en lo que haría con más material –declaro yo–. Piensa en lo que dijiste de mi novela, que el
61