HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 60

June le hubiera interrumpido, le hubiera empujado a acumular nuevas experiencias, sin esperar a digerirlas, hubiera actuado con la brillantez de un sino en movimiento. Y Henry hubiera renegado y luego habría dicho: «June es un personaje interesante.» Así pues, me marché a Louveciennes y me acosté. Al día siguiente, cuando Henry me preguntó qué había hecho la noche anterior, no tenía nada que contestarle. Adopté una expresión extraña y él pensó que ya se enteraría cuando leyera el diario. Me pregunto qué piensa después de haber leído todo el diario rojo. No dijo gran cosa mientras leía, pero de vez en cuando sacudía la cabeza o se reía. Sí dijo que era muy franco y que las descripciones de las sensaciones sensuales eran increíblemente fuertes. No me había andado con rodeos. Lo había dibujado bien, halagándolo pero sin apartarme de la verdad Lo que decía de June era todo cierto. Esperaba algo similar a mi relación con Eduardo. El sueño en que aparecía June, así como otras páginas, lo excitaron sexualmente. –Está claro que eres una narcisista. Ésa es la razón de ser del diario. Escribir un diario es una enfermedad. Pero está bien. Es muy interesante. No conozco a ninguna mujer que escriba con tanta franqueza. Protesté porque pensaba que narcisista es aquel que sólo se ama a sí mismo, y me parecía... Era narcisismo de todos modos, dijo Henry. Sin embargo, tengo la impresión de que le gustó el diario. Sí me hizo bromas sobre Fred y dijo que temía que me entregara a él como me había entregado a Eduardo, por compasión, y estaba celoso. Al confesarlo, me besó. Cuando regresa Hugo, tengo la sensación de que es un hijo pequeño. Me siento vieja, abatida pero tierna y alegre. Descanso en el lecho carnal de una enorme fatiga. Lo que me llevo de Henry es enorme. Si me duermo es porque la carga es excesiva. Duermo porque una hora pasada con Henry contiene cinco años de mi vida, y una frase, una caricia, responde a mis necesidades de un centenar de noches. Cuando le oigo reír, digo: «He oído a Rabelais.» Y devoro su risa como si fuera pan y vino. En lugar de maldecir, está retoñando, cubriendo todos los espacios que quedaron vacíos en las sensacionales zancadas que daba con June. Descansa del tormento, del veneno, del drama, de la locura. Y me dice, en un tono que no había oído nunca en su boca, como para grabarlo: «Te amo.» Me duermo en sus brazos y olvidamos terminar la segunda fusión. Él se duerme con los dedos hundidos en la miel. Para dormir así, debo de haber hallado el fin del dolor. Camino por las calles con paso firme. En el mundo sólo hay dos mujeres: June y yo. Anaïs: «Hoy, francamente, lo odio a usted. Estoy en contra suya.» Allendy: «Pero, ¿por qué?» –Tengo la impresión de que me ha despojado de la poca confianza en mí misma que tenía. Me siento humillada por haberme confesado con usted, yo que raramente me confieso. –¿Tiene miedo de que la quieran menos? –Sí, casi con toda seguridad. Me protejo en una especie de caparazón. Quiero que me amen. Le cuento que había actuado como una niña con Henry, llevada por mi admiración. Que había tenido miedo de que ello lo desensualizara. Allendy: «Al contrario, a los hombres les encanta percibir la importancia que usted les otorga.» –Inmediatamente me imaginé que me amaría menos. Allendy se sorprendió de la magnitud de mi fal ta de confianza. –Para un analista, naturalmente, está muy claro, incluso en su apariencia. –¿En mi apariencia? –Sí, me di cuenta de inmediato de que se comporta seductoramente. Sólo las personas inseguras actúan así. Nos echamos a reír. Le dije que me había imaginado que veía a mi padre en el recital de danza que había dado en París, si bien con toda seguridad en ese momento se encontraba en San Juan de Luz. Me produjo una gran impresión. –Usted deseaba que estuviera allí. Deseaba deslumbrarlo. Y al mismo tiempo tenía miedo Pero como, 60