HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 49

hurga en mí. Nuestro deseo se hace febril. Nuestros cuerpos están convulsos. –Oh, Anaïs –dice–, no sé cómo lo has aprendido, pero sabes follar, sabes follar. No lo había dicho nunca, con tanta fuerza, pero escucha, te quiero con locura. Te has apoderado de mí, te has apoderado de mí. Estoy loco por ti. Entonces, algo de lo que digo despierta en él la duda. –No es el sexo, ¿verdad? Me quieres, ¿no? La primera mentira. Las bocas en contacto, los alientos mezclados; yo, con su pene mojado y caliente en mi interior, digo que lo amo. Pero mientras lo digo sé que no es cierto. Su cuerpo excita el mío, responde al mío. Cuando pienso en él, siento deseos de abrir las piernas. Ahora está dormido en mis brazos, profundamente dormido. Oigo un acordeón. Es domingo por la noche, en Clichy. Pienso en Bubu de Montparnasse, en habitaciones de hotel, en cómo Henry me empuja la pierna hacia arriba, en cómo le gustan mis nalgas. En este momento no soy yo, el vagabundo. El acordeón hincha mi corazón, la blanca sangre de Henry me ha colmado. Está dormido en mis brazos y yo no lo amo. Creo que dije a Fred que no amaba a Henry cuando estábamos sentados allí en silencio. Le dije que me gustaba su naturaleza visionaria, sus alucinaciones. Henry tiene poder para follar, para invadir, para maldecir, para agrandar y vitalizar, para destruir y crear sufrimiento. Es el demonio que hay en él lo que admiro, el indestructible idealista, el masoquista que ha encontrado la manera de infligirse dolor a sí mismo, porque le duelen sus traiciones, su crudeza. Me emociona cuando es humilde ante algo como mi casa. «Ya sé que soy un patán y que no sé comportarme en una casa como ésta, por lo tanto finjo despreciarla, pero me encanta. Me encanta su belleza y su finura. Es tan acogedora que cuando entro siento que me elevo en los brazos de una Ceres, estoy fascinado.» –Anoche no podía dormirme y pensé que hay un amor más grande y más maravilloso que follar. –Había estado enfermo unos días y no habíamos hecho el amor sino dormido abrazados. Yo me sentía a punto de estallar en mi frágil concha. Tenía los pechos hinchados y pesados. Mas no estaba triste. «Querido –pensé–, me siento tan pletórica esta noche, pero es debido también a ti. No sólo por mí. Ahora te miento cada día, mas te doy los placeres que a mí me dan. Cuanto más tomo para mí, mayor es mi amor por ti. Cuanto más me niegue a mí misma, más pobre seré para ti, querido. No hay tragedia alguna si eres capaz de seguirme en esa ecuación. Hay ecuaciones más evidentes. Una sería: Te amo y por lo tanto renuncio al mundo y vivo para ti. Tendrías a una monja postrada ante ti, envenenada por exigencias a las que no podrías dar cumplimiento y que acabarían matándose. Pero mírame esta noche. Vamos a casa juntos. He conocido el placer, pero no te excluyo. Ven a mi dilatado cuerpo y pruébalo. Soy portadora de vida. Y lo sabes. No puedes verme desnuda sin desearme. Mi carne te parece inocente y propiedad tuya. Podrías besarme donde Henry me ha mordido y encontrar placer en ello. Nuestro amor es inalterable. Simplemente saberlo te haría daño. Acaso sea un demonio, por ser capaz de pasar de los brazos de Henry a los tuyos, pero la fidelidad literal carec R&