Mis pensamientos, como la goma elástica, se estiran hasta alcanzar el significado más tenso. Con Henry
uno no se habla hasta lo más profundo de las cosas. No se trata de ningún Proust, dilatando y alargando.
Está en movimiento. Vive a arrebatos. Y son los arrebatos lo que me gusta de Henry. Tras un arrebato
puedo estar un día entero sentada y navegar en mi barcaza por las sensaciones que ha dispersado con prodigalidad.
Eduardo dice que nunca me he entregado totalmente, pero me parece imposible cuando veo cómo me someto a la nobleza y perfección de Hugo, al sensualismo de Henry, a la belleza del propio Eduardo. La otra
noche, en el concierto, me quedé paralizada ante él. Ha aprendido a no sonreír, y yo también debo aprender. El color de su piel me atrae. Tiene la palidez dorada de los españoles con un brillo nórdico, un matiz
rosado bajo el tono tostado. Y el color de sus ojos, ese verde cambiante, insoportablemente frío. Son la
boca y los orificios de la nariz lo que prometen. Pero nuevamente nos veo a Eduardo y a mí andando por
el mundo y entrechocando las cabezas. Sólo nuestras cabezas se encuentran y chocan. No tendría nada
más. Me gusta su mente, que es un santuario, enormemente rica, con continuos sondeos y análisis. Aparentemente carece de voluntad porque obedece al inconsciente, y, como Lawrence, no siempre sabe por
qué.
Henry ha percibido lo que ni Hugo ni Eduardo han captado. Yo estaba tumbada en la cama y ha dicho:
–Parece que siempre estás adoptando poses, casi a lo oriental.
Exige palabras fuertes de mí cuando folla, y no puedo dárselas. No puedo decirle lo que siento. Me enseña
gestos nuevos, prolongaciones, variaciones.
Eduardo me preguntó el otro día si me gustaría probar la manera de June: zambullirme en una absoluta
negación de los escrúpulos, mentir (principalmente a uno mismo), deformar la propia naturaleza para no
permitir que aparezca ningún impedimento, como mi incapacidad para la crueldad. Ayer, en pleno paroxismo del placer sexual, no podía morderlo, como él quería.
Eduardo tiene miedo de mi diario. Teme un auto de acusación y que yo no haya comprendido. Se lo confesó a su psicoanalista.
Soy consciente de todo lo que no incluyo: las lagunas, especialmente los sueños, las alucinaciones. También omito las mentiras, una desesperada necesidad de embellecer, por eso no las anoto. El diario es por lo
tanto una mentira. Lo que es excluido del diario es también excluido de mi mente. En el momento de escribir salgo en busca de la belleza. El resto lo aparto del diario, de mi cuerpo. Me gustaría regresar, como
un detective, y recoger lo que se ha desprendido de mí. Por ejemplo, la terrible y divina credulidad de
Hugo. Pienso en lo que podía haber notado. La vez que regresé de la habitación de Hugo y me lavé, podía
haber visto las gotitas de agua que cayeron al suelo; manchas en mi ropa interior; carmín borrado con mis
pañuelos. Podía haberle extrañado que le dijera: «¿Por qué no pruebas a correrte dos veces?» (como hace
Henry); mi excesiva fatiga; mis ojeras.
Mantengo el diario muy en secreto, pero cuántas veces no he escrito en él sentada a sus pies junto a la
chimenea, y no ha tratado de leer por encima de mi hombro. Cuando Eduardo le dijo que se tumbara, cerrara los ojos y respondiera a palabras como «amor», «gato», «nieve» y «celos», sus reacciones fueron
lentísimas y vagas. Sólo «celos» provoco una respuesta inmediata. Parece que se niega a registrar, a analizar. Eso es bueno. Es autoprotección. Es la base de la extraña libertad que tengo pese a sus fuertes celos.
No quiere ver. Ello me da tanta pena que a veces me vuelvo loca. Me gustaría que me castigara, me pegara, me encerrara. Me aliviaría.
Voy a ver al doctor Allendy para hablar de Eduardo. Veo a un hombre guapo y sano, con unos ojos claros,
despiertos, de vidente. Tengo la mente alerta, esperando que diga algo dogmático, formulista. Quiero que
lo diga porque así será otro hombre en el que no me puedo apoyar, y tendré que continuar conquistándome sola.
Primero hablamos de Eduardo, de que había ganado en fortaleza. Allendy se alegraba de que yo hubiera
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