va a exigir nada de sus emociones ni sentimientos.» Y Henry añade: «No hace falta escribirles cartas.»
Mientras me río se da cuenta de que lo comprendo totalmente. Incluso comprendo su preferencia por los
cuerpos a lo Renoir. Voilá. Sin embargo, conservo la imagen de un Fred indignado que me adora. Y Henry dice: «Eso es lo más cerca que he estado de serte infiel.»
No sé si deseo la fidelidad de Henry, porque estoy empezando a darme cuenta que hoy me fatiga incluso
la propia palabra «amor». Amar o no amar. Fred dice que Henry no me ama. Yo comprendo la necesidad
de alivio de las complicaciones, y lo deseo para mí misma, pero las mujeres no pueden alcanzar tal estado;
Las mujeres son románticas.
Supongamos que no deseo el amor de Henry. Supongamos que le digo: «Mira, somos dos adultos. Estoy
harta de fantasías y de emociones. No me nombres la palabra "amor". Hablemos todo lo que nos venga en
gana y tengamos relaciones sexuales solamente cuando queramos. Deja el amor al margen de esto.» Son
todos muy serios. En este momento me siento vieja, cínica. Y también estoy harta de exigencias. Hoy,
durante una hora, me he sentido desprovista de todo sentimentalismo. En un momento podría destruir toda
la leyenda, de principio a fin, destruirlo todo, todo menos lo fundamental: mi pasión por June y mi adoración de Hugo.
Es posible que mi intelecto me esté haciendo otra jugarreta. ¿Es esto el sentido de la realidad? ¿Dónde
están los sentimientos de ayer y de esta mañana? ¿Y mi intuición de que vendría Henry a la cita en lugar
de Fred? Y, ¿qué tiene todo esto que ver con que Henry estuviera borracho, y yo, que no me di cuenta, le
leyera lo que había escrito sobre su poder para «quebrarme»? Naturalmente, no entendió nada, nadando
como estaba en el «Pernod» color de azufre.
Lo burlesco de ello me dolió.
–¿Cómo es Fred cuando está borracho? –le pregunté.
–Alegre, sí, pero siempre un poco desdeñoso con las putas. Y ellas se dan cuenta.
–Mientras que tú te vuelves más amistoso.
–Sí, les hablo como un carretero.
Todo esto no me producía placer alguno. Lo que me produce es un frío y un vacío interior. Le gasté una
broma y le dije que un día le mandaría un telegrama que dijera: «No nos volveremos a ver porque no me
amas.» Mientras volvía a casa, pensaba: «Mañana no nos veremos. O, si nos vemos, no volveremos a
acostarnos. Mañana le diré a Henry que no se moleste con el amor. Pero ¿y el resto?»
Hugo ha dicho esta noche que tengo el rostro resplandeciente. No puedo evitar sonreír. Deberíamos celebrar un banquete. Henry me ha hecho perder la seriedad. No soportaba sus cambios de humor, de mendigo
a dios, de sátiro a poeta, de loco a realista.
Cuando me ataca, mi maldita comprensión evita que me eche a llorar o que le devuelva el golpe. Contra
lo que comprendo, como lo de Henry y las putas, no puedo luchar. Lo que comprendo, lo acepto inmediatamente.
Henry tiene un mundo tan propio que no me sorprendería que quisiera robar, matar o violar. Hasta ahora
lo he comprendido todo.
Ayer, en la cita, vi por primera vez a un Henry malévolo. Había venido más para disgustar a Fred que para verme a mí. Se traicionó cuando dijo: «Fred está trabajando. Cómo debe de fastidiarle.» Yo no quería
escoger las cortinas sin Fred, pero Henry insistió en elegirlas. No sé si fueron imaginaciones mías o no,
pero me pareció que estaba exultante de insensibilidad. «Me produce el mismo placer hacer el mal...»,
dijo Stavrogin. Para mí es un placer desconocido. Pensaba enviarle a Henry un telegrama, mientras estaba
con Fred, que dijera: «Te amo.» Pero ahora querría ir a ver a Fred para aliviarle del dolor. El placer de
Henry me resultó alarmante. «Antes me gustaba pedirle dinero a cierto hombre y luego con la mitad del
dinero que me dejaba mandarle un telegrama.» Cuando de las nieblas de la bebida surgen historias como
ésta, lo veo envuelto en una aureola de maldad, un secreto gusto por la crueldad. June comprando perfume
para Jean mientras Henry se moría de hambre, o complaciéndose en ocultar una botella de Madeira añejo
en la maleta mientras Henry y sus amigos, sin un real, se morían de ganas de beber algo. Lo que más me
asombra no es el hecho en sí sino el placer que lo acompaña. Henry se vio impulsado a atormentar a Fred.
June lo lleva todo mucho más lejos que él, descaradamente, como cuando se revolcó con Jean en casa de
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