HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 44

en June, nuestra inmediata salida en defensa suya ante el odio de los demás. Habla de pegarle a June, pero sería incapaz. No es más que el cumplimiento de un deseo, dominar lo que lo domina a él. En Buba de Montparnasse se dice que una mujer se somete al hombre que le pega porque éste es como un gobierno fuerte que también puede protegerla. Pero los golpes de Henry serían vanos porque no es un protector de mujeres. Se ha dejado proteger. June ha trabajado para él como un hombre, por eso puede decir: «Lo he querido como a un niño.» Sí, y ello disminuye su pasión. Henry le ha permitido percibir su propia fuerza. Y esto es imposible cambiarlo, porque está grabado en ambos. Toda su vida Henry afirmará su masculinidad reflejando la destrucción y el odio en su trabajo; cada vez que aparezca June, le hará una inclinación de cabeza. Ahora sólo el odio lo mueve. «La vida es asquerosa, asquerosa», grita. Y con estas palabras me besa y me despierta, a mí que llevo cien años durmiendo, con alucinaciones que cuelgan cual cortinas de tela de araña sobre mi lecho. Pero el hombre que se inclina sobre mi cama es blando. Y no escribe nada nunca de esos momentos. Ni siquiera trata de arrancar las telas de araña. ¿Cómo voy a convencerme de que el mundo es asqueroso? «No soy ningún ángel. Sólo me has visto en mis mejores momentos, pero espera...» Soñaba con lee rle todo esto a Henry, todo lo que he escrito sobre él. Y luego me he reído porque me imaginaba a Henry diciendo: «Qué extraño. ¿Por qué hay tanto agradecimiento en ti?» No supe por qué hasta que leí lo que Fred había escrito sobre Henry: «Pobre Henry, me das lástima. Careces de gratitud porque careces de amor. Para agradecer primero has de saber amar.» Las palabras de Fred añadidas a las mías referentes al odio de Henry me dolieron. ¿Creo o no creo en ellas? ¿Explican la profunda estupefacción que sentía, al leer su novela, ante el salvajismo de sus ataques a Béatrice, su primera esposa? Al mismo tiempo pensó que era yo la que estaba equivocada, que la gente ha de luchar y de odiarse, y que el odio es bueno. Pero yo daba el amor por sentado; el amor puede incluir el odio. Últimamente tengo constantes lapsus y digo «John» en lugar de «Henry» cuando hablo con Hugo. No se parecen en absoluto y no comprendo cómo puedo asociarlos mentalmente. –Escucha –le digo a Henry–, no me excluyas de tu libro por delicadeza. Inclúyeme. Luego ya veremos lo que pasa. Espero mucho. –Pero entre tanto –dice Henry– es Fred el que ha escrito tres maravillosas páginas sobre ti. Se deshace en elogios de ti, te adora. Estoy celoso de esas tres páginas. Ojalá las hubiera escrito yo. –Las escribirás –le dije con confianza. –Por ejemplo, tus manos. Nunca me había fijado en ellas. Fred les da mucha importancia. Déjame mirarlas. ¿Son de verdad tan hermosas? Sí, ya lo creo. –Me echo a reír. –Tal vez tú aprecias otras cosas. –¿El qué? –La calidez, por ejemplo. –Sonrío, pero las palabras de Henry han abierto numerosas laceraciones diminutas. –Cuando Fred me oye hablar de June, dice que no te amo. Sin embargo, no me deja. Me llama en sus cartas. Sus brazos, sus caricias y sus coitos son voraces. Dice, conmigo, que por mucho que pensemos (citando a Proust, o a Fred, o a mí) no dejaremos de vivir. Y ¿qué es vivir? El momento en que llama a la puerta de Natasha (está fuera y me ha dejado su casa) y me desea en seguida. El momento en que me dice que ya no piensa en las putas. Yo soy justa y fiel a June en cada palabra que pronuncio sobre ella, como una idiota. ¿Cómo voy a engañarme sobre el alcance del amor de Henry cuando comprendo y comparto lo que siente por June? Duerme en mis brazos, estamos soldados, su pene aún se encuentra dentro de mí. Es un momento de paz verdadera, de seguridad. Abro los ojos, pero no pienso. Una de mis manos reposa sobre su cabello canoso. La otra está abierta sobre su muslo. «Oh, Anaïs, había dicho–, estás tan ardiente, tan ardiente, que no puedo esperar. He de entrar en ti de prisa, de prisa.» 44