HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 43

siento agradecida por cada día de felicidad. Carta a June: «Esta mañana me he despertado con un profundo y desesperado deseo de ti. Tengo unos sueños extraños. Unas veces eres pequeña, suave y dócil en mis brazos, otras poderosa y dominante, y llevas la iniciativa. Humilde e indomable a la vez. June, ¿qué eres tú? Sé que escribiste a Henry una carta de amor y me dolió. Al menos he encontrado un motivo de alegría y es poder hablar abiertamente de ti con Henry. Lo hice porque sabía que te querría más. Le di mi June, el retrato tuyo que escribí los días que pasamos juntas... Ahora puedo decir a Henry: «Amo a June.» Y él no combate nuestros sentimientos, no los aborrece. Está emocionado. ¿Y tú, June? ¿Cómo he de interpretar que no me hayas escrito...? ¿Soy acaso un sueño para ti? ¿No soy real y cálida? ¿Qué nuevos amores, qué nuevos éxtasis, qué nuevos impulsos te mueven ahora? Ya sé que no te gusta escribir. No te pido cartas extensas, sino sólo unas palabras, lo que sientas. ¿Has apetecido alguna vez volver a estar aquí en mi casa, en mi habitación? ¿Lamentas que estuviéramos tan absorbidas? ¿Alguna vez sientes deseos de volver a vivir esas horas de manera distinta, con mayor confianza? No me atrevo a escribirlo todo, June, como si temiera que fueses a correr al piso de abajo para escapar de mí, como hiciste aquel día, o casi. «Te mando el libro que escribí sobre Lawrence y la capa. Te quiero, June, y ya sabes con qué intensidad, con qué desesperación. Bien sabes que nadie puede decir ni hacer nada que haga temblar mi amor. Te he hecho mía, entera. No debes tener miedo de ser desenmascarada, solamente amada.» A Fred: «Si quieres ser bueno conmigo no vuelvas a hablar mal de June. Hoy me he dado cuenta de que con la defensa que haces de mí lo único que consigues es que June penetre más en mi ser. ¿Sabes cómo me he dado cuenta de ello? Ayer te escuché, ¿lo recuerdas?, con una especie de gratitud. No dije gran cosa en favor de June. Pero esta mañana le he escrito una carta de amor, movida por un instinto desinteresado de protección, como si me castigara a mí misma por haber escuchado unos elogios de mí que disminuían el valor de June. Y Henry, lo sé, piensa lo mismo y actúa de la misma manera. Pero comprendo todo lo que has dicho, sientes y eres, y te aprecio por ello, inmensamente.» Eduardo le ha dicho al doctor Allendy, su psicoanalista: No sé si Anaïs me amaba o no, si me ha engañado a mí o a sí misma sobre sus sentimientos. –Lo amaba a usted –dijo Allendy–, lo demuestra la preocupación que siente por usted. –Pero usted no la conoce –declaró Eduardo–. No conoce la magnitud de la compasión que es capaz de sentir por los demás, su capacidad de sacrificio. A mí, Eduardo me ha dicho: –¿Qué pasó, Anaïs? ¿Qué es lo que intuíste en el momento de pedirme que te dejara? ¿De qué te diste cuenta? –Tal como decía en mi carta, fue tomar conciencia de la importancia que tenía que me conquistaras para proporcionarte a ti mismo la confianza que te faltaba, un despertar del viejo amor que malinterpretamos... –Ay, qué voluble soy. También él racionaliza, como autodefensa. –Entonces, también tú tienes una sensación de incesto. –La debilidad de su confianza («si conquisto a Anaïs, lo habré conquistado todo») es lamentable. Yo actué pensando en sus necesidades. No obedecí mis instintos, mi imperativa seguridad de que únicamente deseo a Henry. Mas cuando pienso que he hecho el bien y que he sido absolutamente justa, parece que he hecho el mal, de una manera sutil y traicionera. Le he sugerido a Eduardo una duda sobre su pasión, que el psicoanálisis ha fomentado y ha estimulado artificialmente. La manipulación científica de las emociones. Por primera vez, me opongo al análisis. A lo mejor sí ayudó a Eduardo a tomar conciencia de su pasión, pero no le hace más fuerte. Tengo la impresión de que es algo efímero, extraído dolorosamente, una fina esencia obtenida mediante prensado de unas hierbas. Veo ciertas similitudes entre Henry y yo en lo que se refiere a relaciones humanas. Veo nuestra capacidad para soportar el dolor cuando amamos, nuestras naturalezas fácilmente engañadas, nuestro deseo de creer 43