rosa que me curara instantáneamente con un beso. Anoche lo amé con una sinceridad que rebasa todos los
climax que me hace anhelar mi fiebre. Proust ha escrito que la felicidad se halla desprovista de fiebre.
Anoche conocí la felicidad y la identifiqué, y honestamente he de decir que solamente Hugo me la ha
proporcionado, y que corre invicta por las convulsiones de mi cuerpo y de mi mente enfebrecidos.
Ahora que estoy viviendo el período más pletórico de mi vida, la salud torna a traicionarme. Todos los
médicos dicen lo mismo: no tengo enfermedad alguna, lo que me pasa no es nada más que una debilidad
general, falta de vigor. El corazón apenas me late, tengo frío, me canso en seguida. Hoy me he sentido
agotada con Henry. Los momentos que hemos pasado en la cocina de Clichy, con Fred, han sido preciosos. Desayunaban a las dos. Los libros apilados, los que quieren que lea y el que les he llevado. Luego
Henry y yo hemos ido a su habitación. Ha cerrado la puerta y la conversación se ha transformado en caricias, en un coito experto, agudo y penetrante.
La conversación versa sobre Proust y provoca esta confesión por parte de Henry:
–Para ser completamente honesto conmigo mismo he de decir que me gusta estar lejos de June. Es entonces cuando disfruto más de ella. Cuando está aquí me siento mórbido, oprimido, desesperado. Contigo...
tú eres ligera. Estoy saciado de experiencias y dolor. Tal vez te atormento. No lo sé. ¿Te atormento?
No puedo responderlo muy bien, aunque para mí está claro que él es oscuridad. Y ¿por qué? ¿Por los instintos que ha despertado en mí? La palabra «saciedad» me aterró. Fue como la primera gota de veneno
vertida en mí. Contra su saciedad, opongo yo mi temerosa frescura, lo que de nuevo hay en mí, que proporciona intensidad a lo que para él puede tener menos valor. Esa primera gota de veneno, vertida de un
modo tan accidental, fue como una premonición de la muerte. No sé por qué hendedura se filtrará de repente nuestro amor para desaparecer.
Henry, hoy estoy triste por los momentos que me estoy perdiendo, esos momentos en que hablas con Fred
hasta el amanecer, cuando estás elocuente, brillante, violento o exultante. Y me entristeció que te perdieras un momento maravilloso de mí. Anoche estaba sentada junto al hogar hablando como raras veces lo
hago, dejando a Hugo pasmado, sintiéndome inmensa y sorprendentemente rica, contando historias y exponiendo ideas que te hubieran divertido. Hablaba de mentiras, de diferentes clases de mentiras, las mentiras especiales que cuento por motivos específicos, para embellecer la vida. Una vez que Eduardo se puso
demasiado analítico le conté el cuento de un amante ruso imaginario. Se quedó embelesado. Y con ello le
transmití la necesidad de locura, la falta de riqueza de emociones que tiene, porque es impotente emocionalmente. Cuando estoy angustiada, desconcertada, perdida, me invento que conozco a un viejo sabio con
el que converso. Le hablo a todo el mundo de él, cómo es, lo que ha dicho, el efecto que tiene sobre mí
(alguien en quien apoyarme un momento), y al final del día siento que la experiencia vivida con el viejo
sabio me ha fortalecido, y estoy tan satisfecha como si todo fuera cierto. También me he inventado amigos cuando, los que tenía, no me satisfacían. Y disfruto muchísimo de mis experiencias. Me llenan, me
enriquecen. Labor de bordado.
Hoy me he encontrado con Fred, y mientras andamos juntos hacia Trinité sale el sol de detrás de una nube
cargada de lluvia y nos ciega. Empiezo a recitar un fragmento de un escrito suyo sobre una mañana soleada en el mercado y se emociona. Me ha dicho que le hago bien a Henry, que le doy cosas que June no podría darle. Y, sin embargo, admite que Henry se halla totalmente a merced de June cuando ella está aquí.
June es más fuerte. Yo cada vez quiero más a Henry que a June.
Fred se maravilla de que Henry sea capaz de amar a dos mujeres a la vez. «Es un hombre grande –ha dicho–. Hay mucho espacio en él, mucho amor. Si yo te amara a ti, me sería imposible amar a ninguna otra
mujer.» Y yo pensaba: «Yo soy como Henry. Puedo amar a Hugo, a Henry y a June.»
Henry, comprendo que nos quiera a June y a mí. La una no excluye a la otra. Pero es posible que June no
piense de igual modo, y desde luego tú no comprendiste que June te quisiera a ti y a Jean. No, tú exiges
una elección.
Vamos a probar todo lo que podemos ofrecern os mutuamente. Antes de que June venga nos acostaremos
juntos todo lo posible. Sí, nuestra felicidad está en peligro, pero vamos a devorarla de prisa, a fondo: Me
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