última vez de dirigir mi vida de acuerdo con un ideal. Mi ideal era esperarte toda la vida, y he esperado
demasiado; en la actualidad vivo según el instinto y la corriente me lleva a Henry. Perdóname. No es que
tú no tengas fuerza para retenerme. ¿Dirías que antes no me amabas porque era menos susceptible de ser
amada? No. Sería igualmente falso decir que te faltaba fuerza como decir que yo he cambiado. La vida no
es una cosa racional; sino una locura y está llena de dolor. Hoy no he visto a Henry ni lo veré mañana.
Brindo estos dos días a la memoria de nuestras horas. Sé fatalista, sí, como yo lo soy hoy, pero no abrigues pensamientos oscuros ni amargos como que he jugado contigo por vanidad. Oh, Eduardo, querido,
acepto el dolor que se origina no de esos motivos sino de las fuentes reales –el verdadero dolor por lo traicionero de la vida, que nos hiere a los dos de distinto modo. No busques el por qué, no hay por qués en el
amor, ni razones, ni explicaciones, ni soluciones.»
He llegado a casa y me he derrumbado en el sofá; me costaba respirar. En respuesta a la súplica de Eduardo, me he encontrado con él esta mañana temprano. Había pasado dos días celoso de Henry, consciente de
que él, el narcisista, era por fin poseído por otro. «Cuánto bien hace abrirse. Llevo dos días pensando continuamente en ti, durmiendo mal, soñando que te pegaba fuerte, tan fuerte que se te caía la cabeza y yo la
llevaba en brazos. Anaïs, voy a tenerte conmigo todo el día. Me lo prometiste. Todo el día.» Lo que más
deseo es salir corriendo del café. Se lo digo. Sus súplicas, dulzura e intensidad despiertan vagamente mi
antiguo amor y compasión, el amor de Richmond Hill, con sus vagas esperanzas, la vieja costumbre de
pensar «claro que quiero a Eduardo».
Temo que vuelva a encerrarse en el narcisismo porque se sienta incapaz de soportar el dolor: «¡Pensar que
he llegado a adorar tus huesos, Anaïs!» Me siento ligeramente conmovida; sin embargo, lo que más deseo
es escapar de él. No sé por qué lo obedezco, lo sigo.
Me siento dolida mientras leo Albertine disparue porque hay pasajes subrayados por Henry y Albertine es
June. Se traslucen todas las amplificaciones de sus celos, sus dudas, su ternura, sus arrepentimientos, su
horror, su pasión, y a mí me invaden unos celos ardientes de June. De momento, este amor, que había estado tan equilibrado entre Henry y June que no sentía celos en absoluto, se decanta hacia Henry, y me
siento torturada y temerosa.
Sin embargo, anoche soñé con June. Había regresado de repente. Nos encerramos en una habitación.
Hugo, Henry y otras personas esperaban a que nos vistiéramos para cenar juntos. Yo deseaba a June. Le
supliqué que se desnudara. Prenda por prenda, descubrí su cuerpo, con exclamaciones de admiración, pero
en la pesadilla veía sus defectos, extrañas deformaciones. Con todo, seguía siendo absolutamente deseable. Le supliqué que me dejara mirar entre sus piernas. Las abrió, las levantó y vi carne cubierta de un espeso vello negro, como de hombre, pero en el mismo extremo de la carne era blanco como la nieve. Lo
que me horrorizaba era que se movía frenética