HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 40

Henry se sobresaltó y se acercó vacilante hacia mí. –No me lo preguntes, Anaïs, no me lo preguntes. Un día estábamos hablando de su obra. –Seguramente, tú no podrías escribir aquí en Louveciennes –dije yo–. Es demasiado apacible, nada te estimularía. –Simplemente escribiría de otra manera –dijo pensando en Proust, cuyo tratamiento de Albertine lo obsesiona. Qué lejos estamos de su carta de borracho. Ayer estaba cautivador; era plenamente dueño de sí mismo. ¡Qué absorbente! June raras veces confiaba en él. ¿Negaría de repente todos sus sentimientos? –Tal vez todo lo que he escrito resulta falso –dije bromeando–, lo de June y lo mío. Tal vez es hipocresía. –¡No! ¡No! –Lo sabía. Pasiones reales, amores reales, impulsos reales. –Por vez primera encuentro belleza en ello –dice Henry. Temo no haber sido lo suficiente honesta. Me asombra la emoción de Henry. –¿Acaso no soy el Idiota? –pregunto. –No, tú ves, ves precisamente más –dice Henry–. Lo que tú ves, está ahí. Sí. –Mientras habla, reflexiona. A v eces repite una frase para disponer de tiempo de reflexionar. Todo lo que pasa detrás de esa firme frente me fascina. La extravagancia del lenguaje de Dostoievski nos ha liberado a los dos. Ahora que vivimos con el mismo fervor, la misma temperatura, la misma extravagancia, me siento arrobada. Esto es vida, el habla, éstas son las emociones que me pertenecen. Respiro libremente ahora. Estoy en casa. Soy yo misma. Después de estar con Henry, me he encontrado con Eduardo. –Te quiero, Anaïs. Dame otra oportunidad. Me perteneces. Cuánto he sufrido esta tarde, sabiendo que estabas con Henry. Hasta ahora no había conocido los celos; y son tan fuertes ahora que me están matando. –Su rostro está tan pálido que produce miedo. Siempre sonríe, como yo. Ahora no puede. Todavía no me he acostumbrado a contemplar la desdicha provocada por mí; o mejor, provocada a Eduardo. Me disgusta. Sin embargo, en el fondo, soy fría. Estoy ahí sentada, viendo el rostro de Eduardo desfigurado por el dolor y no siento otra cosa más que pena–. ¿Vienes conmigo? –No. –Recurro a todas las excusas que no pueden ofenderlo. Le digo todo menos que amo a Henry. Finalmente, me salgo con la mía. Le permito que me acompañe en taxi a la estación para encontrarme con Hugo. Le permito que me bese. Le prometo ir a verlo el lunes. Soy débil, pero no quiero fastidiarle la vida, dejarlo tullido, privarle de su recién nacida confianza en sí mismo. Aún sobrevive el suficiente de mi antiguo amor hacia él para ello. Le he avisado de que podía destruirle, aunque odio destruir, y de que había encontrado a un hombre a quien no podía destruir, que él era el hombre perfecto para mí. He tratado de lograr que me odiara, pero ha dicho: –Te quiero, Anaïs. Y el horóscopo dice que somos complementarios. Lo importante es la respuesta a la vida. June y Henry responden extravagantemente, como yo. Hugo es más moderado, más apático. Hoy ha salido de su moderación para descubrir Los demonios. Le he hecho poner por escrito sus pensamientos, pues eran maravillosos. Sus mejores momentos son muy profundos. Él representa la verdad. Es Shatov, capaz de amar y de tener fe. Pero, ¿qué soy yo? Ese viernes, en que yo nací en los brazos de tres hombres, ¿qué era yo? A Eduardo: «Escucha, cousin chéri, te escribo en el tren, camino de casa. Tiemblo de dolor al pensar en esta mañana. El día me ha parecido tan pesado que me era imposible respirar... Has dado muestras de una hermosa actividad, vida, emoción, fuerza. Para mí es una tragedia que estés en el momento más sublime cuando más te quiero, si bien no sensualmente, sensualmente no. Estamos destinados a que nuestros sentimientos no coincidan nunca. Ahora es Henry el dueño de mi cuerpo. Cousin chéri, he tratado hoy por 40