HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 27

Damos un paseo por el bosque. Juega con Banquo. Lee junto a mí. Su intuición le dice: sé amable, sé dulce, sé ciego. Conmigo es el método más hábil y efectivo. Es la manera de torturarme, de ganarme. Y pienso en Henry en todo momento, caóticamente, temiendo la segunda carta. Me encuentro con Henry en el oscuro y cavernoso «Viking». No ha recibido mi nota. Me ha traído otra carta de amor. Casi me grita «Ahora estás disfrazada. ¡Sé real! Tus palabras, lo que escribiste el otro día. Entonces eras real.» Lo niego. Luego dice humildemente: «¡Ya lo sabía! Sabía que era demasiado presuntuoso por mi parte aspirar a ti. Soy un campesino, Anaïs. Sólo las putas me aprecian.» Ello le hace expresarse con las palabras que quiere oír. Discutimos ligeramente. Recordamos el principio: empezamos con la mente. «¿De veras? ¿Pero de veras?», dice Henry tembloroso. Y de pronto se inclina hacia mí y me sume en un beso interminable. Yo no quiero que el beso termine. –Ven a mi habitación –dice. Qué rígido es el velo que me envuelve y Henry trata de desgarrar, mi temor a la realidad. Nos encaminamos hacia su habitación y dejo de sentir el suelo, pero siento su cuerpo contra el mío. –Mira la alfombra de las escaleras, está raída –dice; y yo no la veo, sólo percibo la ascensión. Tiene mi nota en las manos. –Léela –le digo al pie de la escalera– y me iré. –Pero le sigo. No veo su habitación. Cuando me abraza mi cuerpo se derrite. La ternura de sus manos, la inesperada penetración, hasta lo más hondo de mi ser pero sin violencia. Qué extraño y suave poder. Él también exclama: –Todo es tan irreal, tan repentino. Y veo otro Henry, o quizás el mismo Henry que entró aquel día en mi casa. Hablamos como yo deseaba que habláramos, de forma fácil y con sinceridad. Estoy en su cama cubierta con su abrigo. Me observa. –¿Esperabas... más brutalidad? Sus montañas de palabras, de notas, de citas se desmoronan. Me sorprende. Desconocía a este hombre. No estábamos enamorados de la obra del otro. Pero, ¿de qué estamos enamorados? No soporto ver la foto de June en la repisa de la chimenea. Incluso en fotografía, misteriosamente, nos posee a los dos. Le escribo unas notas extravagantes a Henry. Hoy no nos podemos ver. Es un día vacío. Estoy atrapada. ¿Y él? ¿Qué siente él? Estoy invadida, lo pierdo todo, mi mente vacila, sólo percibo sensaciones. Hay momentos del día en que no creo en el amor de Henry, en que siento que June nos domina a los dos y me digo a mí misma: «Esta mañana despertará y se dará cuenta de que no ama a nadie más que a June.» Hay momentos en que creo, con locura, que vamos a vivir algo nuevo. Henry y yo, al margen del mundo de June. ¿Cómo ha impuesto la verdad en mí? Estaba yo a punto de despegar de la prisión de mis imaginaciones, pero él me lleva a su habitación y vivimos un sueño, no una realidad. Me coloca donde quiere colocarme. Incienso. Adoración. Ilusión. Y el resto de su vida queda borrado. Surge con un alma nueva. Es la poción de los sueños de los cuentos de hadas. Las entrañas me arden y él apenas si lo advierte. Nuestros gestos son humanos pero hay un hechizo en la habitación. Es el rostro de June. Recuerdo, con gran dolor, una nota de él: «El momento más desenfrenado de toda la vida: June, de rodillas en la calle.» ¿Estoy celosa de Henry o de June? Me pide que nos volvamos a ver. Cuando espero sentada en el sillón de