A Henry: «Tal vez no te has dado cuenta, pero hoy por vez primera me has hecho despertar de un sueño.
Todas tus notas, tus historias sobre June nunca me hicieron daño. Nada me hizo daño hasta que tocaste la
fuente de mi terror: June y la influencia de Jean. Cuando recuerdo de qué modo hablaba y sentía a través
de ella, lo cargada que está de riquezas ajenas, de todos los que aman su belleza, me entra terror. Hasta el
conde Braga era una creación de Jean. Cuando estábamos juntas, June me dijo: "Tú inventarás lo que
hagamos juntas." Yo estaba dispuesta a darle todo lo que he inventado y creado en mi vida, desde mi casa,
mis trajes y mis joyas hasta mis escritos, mis imaginaciones, mi vida. Hubiera trabajado sólo para ella.
«Compréndeme. La adoro. Acepto todo lo que es, pero debe ser. Sólo me sublevo si no hay June (como
escribí la noche en que la conocí). No me vayas a decir que no hay más June que la June física. No me lo
digas porque tú has de saberlo. Tú has vivido con ella.
»Nunca hasta hoy había temido lo que nuestras dos mentes fueran a descubrir juntas. Pero qué veneno
destilabas, quizás el mismo veneno que hay en ti. ¿Temes tú lo mismo? ¿Te sientes perseguido y a la vez
eludido, como por una creación de tu propio cerebro? ¿Es el miedo a una ilusión contra lo que luchas con
crudas palabras? Dime que es algo más que una bella imagen. A veces, cuando hablamos, tengo la impresión de que tratamos de convencernos de su realidad. Es irreal incluso para nosotros, incluso para ti que la
has poseído, y para mí, a quien ha besado.»
Hugo lee uno de los antiguos diarios, del período de John Erskine, Boulevard Suchet, y casi se pone a llorar de pena por mí, al darse cuenta de que vivía en la casa de los muertos. No conseguí resucitarlo hasta
que casi me perdió por John y el suicidio.
Más cartas de Henry, fragmentos de su libro mientras lo escribe, notas escritas escuchando a Debussy y
Ravel, en el reverso de los menús de los diminutos restaurantes de barrio pobre que frecuenta. Un torrente
de realismo. Demasiado en proporción con la imaginación, que cada vez es menor. No sacrifica ni un
momento de su vida al trabajo. Siempre tiene prisa y escribe del trabajo y a la postre nunca se dedica a
ello, escribe más cartas que libros, investiga más que crea. Sin embargo, la forma de su último libro discursivo, una cadena de asociaciones, reminiscencias, es muy buena. Ha asimilado a Proust, menos la poesía y la música.
Me he sumergido en la obscenidad, la suciedad y su mundo de «mierdas, coños, pollas, hijos de puta, entrepiernas y putas» y estoy volviendo ya a emerger de él. El concierto sinfónico de hoy ha confirmado mi
distanciamiento. Una y otra vez he atravesado las regiones del realismo y las he encontrado áridas. Y una
vez más regreso a la poesía. Le escribo a June. Es casi imposible. No encuentro las palabras. Hago un esfuerzo violento de imaginación para llegar a ella, a la imagen que de ella tengo. Al llegar a casa, me dice
Emilia: «Hay una carta para la señorita. Corro al piso de arriba con la esperanza de que sea de Henry.
Quiero ser un poeta fuerte, tan fuerte como Henry y John en su realismo. Quiero combatirlos, invadirlos y
aniquilarlos. Lo que me deslumbra de Henry y lo que me atrae son los destellos de imaginación, los destellos de agudeza, los destellos de sueños. Fugitivos. Y la profundidad. Quítale el realista alemán, el hombre
que «pinta la mierda», como Wambly Bald le dice, y te queda un vigoroso imaginista. En ocasiones es
capaz de decir las cosas más profundas o delicadas. Mas su dulzura es peligrosa, porque cuando escribe
no lo hace con amor, sino para caricaturizar, para atacar, para ridiculizar, para destruir, para rebelarse.
Siempre está en contra de algo. La ira lo incita. Yo siempre estoy a favor de algo. La ira me envenena. Yo
amo, amo, amo.
En ciertos momentos recuerdo alguna palabra suya y de repente siento cómo se enciende la mujer sensual,
como con una violenta caricia. Y pronuncio la palabra para mis adentros, llena de alegría. Es en esos instantes cuando vive mi verdadero cuerpo.
Ayer pasé un día tenso e inquietante con Eduardo, que resucita el pasado. Él fue el primer hombre a quien
amé. Era débil, sexualmente. A mí me dolía su debilidad, ahora lo sé. Ese dolor está enterrado, pero volvió a manifestarse cuando nos encontramos hace dos años. Y volvió a ser enterrado.
Yo siempre he tenido elementos masculinos en mí, siempre he sabido lo que quiero, pero hasta John Ers24