HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 18

–Al fin y al cabo, si alguna explicación hay del misterio es ésta: el amor entre mujeres es un refugio y un escape hacia la armonía. En el amor entre hombre y mujer hay resistencia y conflicto, dos mujeres no se juzgan mutuamente, no se embrutecen mutuamente, no buscan nada que ridiculizar. Se rinden al sentimentalismo, a la comprensión mutua, al romanticismo. Ese amor es la muerte, lo admito. Anoche estuve despierta hasta la una leyendo la novela de Henry, Moloch, mientras él leía la mía. La suya era arrolladora, la obra de un gigante. No sabía cómo decirle lo mucho que me había impresionado. Y aquel gigante estaba allí sentado y leyendo en sil encio mi insignificante libro, lleno de comprensión y de entusiasmo, hablando de su habilidad, de su sutileza, de su voluptuosidad, exclamándose tras ciertos pasajes, y criticando también. ¡Qué fuerza posee! Yo le he dado lo único que June no podía ofrecerle: honradez. Estoy dispuesta a admitir lo que un ego superdesarrollado no sería capaz de admitir: que June es un personaje aterrador y estimulante que convierte a todas las restantes mujeres en seres insípidos, que yo viviría su vida si no fuera por mi compasión y mi conciencia, que tal vez destruya al Henry hombre, pero que el Henry escritor se enriquece más con estos sufrimientos que con la paz. Por otra parte, a mí me es imposible destruir a Hugo, porque no tiene nada más. Pero, al igual que June, soy capaz de perversiones delicadas. Amar a un solo hombre o a una sola mujer es encerrarse. Mi conflicto va a ser mayor que el de June porque ella no está vigilada por ninguna mente. Eso lo hacen otros, y ella niega todo lo que dicen o escriben. Yo tengo una mente mayor que todo el resto de mi ser, una conciencia inexorable. Eduardo me dice que debería ir a psicoanalizarme, pero a mí me parece demasiado sencillo. Quiero llevar a cabo mis propios descubrimientos. No necesito drogas ni estimulantes artificiales. Sin embargo quiero experimentar esas mismas cosas con June, penetrar en la maldad que me atrae. Busco la vida, y las experiencias que deseo; se me niegan porque tengo en mí una fuerza que las neutraliza. Conozco a June, la seudoprostituta, y se vuelve pura. Esa pureza enloquece a Henry; es una pureza exterior e interior que resulta pavorosa, tal vez como la vi una tarde en el extremo del diván, transparente, sobrenatural. Henry me habla sobre su extrema vulgaridad. Conozco su falta de orgullo. La vulgaridad proporciona el placer de profanar. Pero June no es un demonio. Es la vida el demonio que la posee y su coito es violento porque su voracidad de vida es enorme; ha de probar los sabores más amargos. Tras la visita de Henry empecé a recorrer la casa como una fiera enjaulada y dije a Hugo que tenía que marcharme. Hubo protestas. –No estás enferma, tan sólo cansada. Pero, como siempre, Hugo comprendió, consintió. La casa me agobiaba. No podía ver a nadie, ni escribir, ni siquiera descansar. El domingo Hugo me sacó a dar un paseo. Encontramos unas madrigueras de conejo muy grandes y profundas. Jugando, incitó a nuestro perro Banquo a meter el hocico, a excavar. Yo sentía una horrible opresión, como si me hubiera metido en un agujero y me estuviera asfixiando. Recordé muchos sueños que había tenido en los que me obligaban a arrastrarme boca abajo, como una serpiente, a través de túneles y orificios demasiado estrechos para mí, y el último siempre era más estrecho que los demás, de modo que mi angustia era tan intensa que me despertaba. Me planté delante de la conejera y le grité a Hugo que lo dejara. Mi furia lo desconcertó. No era sino un juego, y con el perro. Ahora que la sensación de ahogo había cristalizado, estaba decidida a marcharme. Por la noche, abrazada a Hugo, mi decisión se tambaleó. Pero hice todos los preparativos, descuidadamente, cosa rara en mí. No me importaba mi apariencia ni mi ropa. Me marché apresuradamente. A encontrarme a mí misma. A encontrar a Hugo en mí. Sonloup, Suiza. Le escribo a Hugo: «Créeme, cuando hablo de vivir de acuerdo con los instintos, no es 18