Hugo me habla de su sesión con Allendy. Le ha dicho que para él el amor es ahora como un apetito, que
siente deseos de comerme, de morderme (¡por fin!), y que lo ha hecho. Allendy se ha echado a reír estrepitosamente y le ha preguntado:
–¿Le ha gustado a ella?
–Es extraño –ha dicho Hugo–, pero parecía que sí.
Al oírlo, Allendy se ha echado a reír todavía más fuerte. No sé por qué esto ha despertado los celos de
Hugo. Le ha dado la impresión de que a Allendy le complacía aquella charla y que le hubiera gustado
morderme él mismo. Ahora soy yo la que me río estrepitosamente. Hugo continúa, serio:
–Esto del psicoanálisis es tremendo, pero debe de ser todavía más espantoso cuando hay sentimientos de
por medio. ¿Qué pasaría si, por ejemplo, Allendy se interesara por ti? –Me eché a reír con una risa tan histérica que Hugo casi se enfadó–. ¿Qué es lo que te hace tanta gracia de todo esto?
–Tu agudeza –digo yo–. Desde luego, el psicoanálisis te mete ideas nuevas y graciosas en la cabeza.
Soy consciente de que con Allendy no hay más que coquetería, coquetería y algo de sentimiento. Es un
hombre a quien quiero hacer sufrir, quiero hacerle desvariar, que viva una aventura. Descendiente de navegantes, este hombre sano y corpulento está preso en su cueva de paredes cubiertas de libros. Me gusta
verlo de pie en la puerta de su casa, con los ojos luminosos como el mar de Mallorca.
«Proceder desde el sueño hacia afuera...» Cuando oí estas palabras de Jung por primera vez, me entusiasmaron. Utilicé la idea en las páginas que escribí sobre June.. Hoy, cuando, se las he repetido a Henry, le
han impresionado mucho. Lleva un tiempo anotando sus sueños para que los lea yo, acompañados de antecedentes y asociaciones.
Menuda tarde. Tenía tanto frío en casa de Henry que nos hemos metido en la cama para calentarnos. Luego, charla, montañas de manuscritos, torres de libros y ríos de vino. (Mientras escribía esto se me ha acercado Hugo… sé ha inclinado y me ha besado. Apenas he tenido tiempo de volver la página.) Estoy enfebrecida; tiro frenéticamente de los barrotes de mi prisión. Henry sonrió con tristeza a la hora de marcharme, las ocho y media. Ahora se da cuenta de que desconocer que es un hombre de gran valía casi lo ha
llevado a la autodestrucción. ¿Dispondré de tiempo para colocarlo en el tronó? «¿Estás segura de que ya
no tienes frío?», me pregunta arropándome con el abrigo.
La otra noche tropezaba con todo tipo de obstáculos, pues los faros de los automóviles cegaban sus débiles ojos. Peligro.
Y a la vez empujo a Hugo hacia Allendy, quien no sólo lo salva humanamente sino que despierta en él el
entusiasmo por la psicología, lo cual lo hace interesante.
Cuando contemplo cómo habla Henry me doy cuenta de que es su sensualidad lo que amo. Quiero penetrar más en ella, quiero revolcarme en ella, probarla tan profundamente como él, como June. Esto lo siento con una especie de desesperación, un secreto resentimiento, como si Hugo, Allendy e incluso el propio
Henry quisieran evitarlo, mientras que sé que soy yo la que lo impido. Estoy muy enamorada de Henry,
de modo que ¿por qué no disminuye la inquietud, la fiebre, la curiosidad? Estoy rebosante de energía, de
deseos de emprender largos, viajes (quiero ir a Bali), y anoche, durante el concierto, me sentí como la Mar