HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 111

He pasado una hora en un café con Henry, que ha leído el diario de 1920, cuando tenía diecisiete años, y le ha hecho llorar. Ha leído el período en que Eduardo no me escribía porque estaba viviendo una experiencia homosexual. Henry ha dicho que quería escribirme una carta por cada día de decepción, hacer realidad todos mis deseos, compensarme por cada don que se me había negado antes. Le he dicho qué eso era exactamente lo que había hecho. Luego ha escrito lo siguiente sobre mi amor de los diecisiete años: «Y ella exclama: "Todo mi corazón se regocija con mi ansia de amor." Está enamorada del amor, pero no como una mera adolescente, no como una muchacha de diecisiete años, sino como la artista en embrión que es, la artista que fecundará el mundo con su amor, la que causará sufrimientos y rivalidades porque ama demasiado... »En manos de un individuo corriente, el diario puede ser considerado un mero refugio, un medio de huir de la realidad, el estanque de otro Narciso, pero Anaïs no permite que caiga en este molde...» El hombre que ha comprendido esto, que ha escrito estas líneas, de un sólo golpe acepta el reto de mí amor y descarta la idea del narcisismo. Estoy tumbada en el sofá releyendo muchas veces la carta de Henry, con agudo placer, como si él estuviera sobre mí, poseyéndome. Ya no he de temer amar demasiado. Anoche, después de beber una botella de «Anjou», Henry habló de su dificultad en pasar de tratar gentilmente a una mujer a cortejarla. O bien conversa con ellas, o bien se lanza sobre ellas y ataca ciegamente. La primera experiencia sexual la tuvo a los dieciséis años en un burdel y cogió una enfermedad. Luego vino la mujer mayor con quien no se atrevía a tener relaciones. Cuando ocurrió quedó sorprendido y se prometió a sí mismo no volver a hacerlo. Pero ocurrió y él continuó temiendo que no fuera correcto. Anotó el número de veces, con fechas, como un registro de conquistas. Tremenda exuberancia física, juegos, trucos, peleas. Me contó que la otra noche había hablado con una puta. Estaba en un café leyendo a Keyserling. La mujer se le acercó y, como no era atractiva, al principio él la rechazó, pero luego le permitió sentarse a su lado y hablarle: «Me cuesta mucho atraer a los hombres, pero cuando me conocen se dan cuenta de que soy mejor que la mayoría de las putas porque me gusta estar con un hombre. Ahora lo que me apetece es meterte la mano por los pantalones, sacártela y chupártela.» Aquella manera tan directa de hablar lo impresionó mucho; dejó en él la imagen, pero huyó de ella. No comprendía por qué había estado tan susceptible, cuando un momento antes se encontraba en otro mundo y ni siquiera le gustaba aquella mujer. Prefiere la agresividad. ¿Era aquello debilidad?, ha preguntado. Yo no lo sabía, pero tengo que aprender a ser agresiva para complacerlo. Después de hablar así, encendido, exultante, bailando ante mí, ilustrando sus desvaríos y cómo se muerde el culo de una mujer, de repente se quedó callado, pensativo y su rostro cambió profundamente. «Ya soy demasiado mayor para todo esto», dijo. Y yo, que estaba aplaudiendo el espectáculo, estuve tentada de decir: «Pues yo no soy demasiado mayor. Todavía he de sentirme presa de una locura arrasadora.» Contemplo el rostro atormentado de Hugo (un período de tormento y de celos en su análisis) y experimento grandes efusiones de ternura. Henry dice: «Cuando nos casemos, nos llevaremos a Emilia.» Mientras subo las escaleras camino de mi «cueva», me mete las manos entre las piernas. Me estoy precipitando de nuevo en el caos de June. Lo que busco es a June, no la sensatez de Allendy, ni tampoco el amor a la agresividad de Henry. Quiero erotismo, quiero esos sueños húmedos que tengo por las noches, cuatro días más como los cuatro días de verano que pasé con Henry en que me tumbaba constantemente en la cama, en la alfombra o en la hierba. Quiero revolcarme en la sexualidad hasta que se me pase la edad o hasta que esté tan saciada como Henry. He llegado a Clichy para cenar, bebida y enfebrecida. Henry ha escrito cosas sobre cosas que había escrito yo. La última página aún está en la máquina de escribir. He leído estas extraordinarias líneas: «Fue una presunción por mi parte querer alterar su lenguaje. Si no es inglés, sí es un lenguaje y cuanto más se convive con él más vital y necesario parece. Es una violación del lenguaje que corresponde a la violación del 111