confianza. Estoy segura del amor de Henry, por eso me abandono.
Más tarde Henry me dice, porque está celoso y preocupado, que ha leído que hay unas mujeres histéricas
capaces de amar profundamente a dos o tres hombres a la vez. ¿Es eso lo que soy?
Lo único que consigue el psicoanálisis es hacerle a uno más consciente de las desgracias de uno. Yo he
adquirido un conocimiento claro y aterrador de los peligros que me acechan. No me ha ensenado a reír.
Hoy estoy tan triste como cuando era pequeña. Sólo Henry, el más vital de todos los hombres, tiene capacidad para hacerme dichosa.
Ha sucedido una escena estupenda con Allendy. Le he llevado dos páginas de «explicaciones» que al
principio lo han dejado perplejo. He resaltado dos momentos que me apartaron de él: uno es cuando dijo
«Y ¿qué será del pobre Hugo si yo actúo impulsivamente? Si descubre que lo he traicionado, su cura sería
imposible.» Escrúpulos, como los escrúpulos de John. Yo no los soporto porque a mí me han perjudicado
demasiado, por eso me gusta la falta de escrúpulos de Henry. Y la de June. Crean un equilibrio que me relaja. Pero, como afirma Allendy, el equilibrio no hay que buscarlo en asociación con otros; ha de existir
en uno mismo. Debería estar lo suficientemente libre de escrúpulos para no necesitar que me obnubile la
falta de escrúpulos de otros.
Segunda queja: la gran ternura de Allendy, nacida al leer mi diario de infancia. Odio todo lo que se parezca a la ternura porque me recuerda cómo me tratan Eduardo y Hugo, lo cual casi me ha destrozado. Aquí
Allendy se ha enfadado porque ha interpretado mal mis palabras. ¿Lo comparaba con Hugo y Eduardo?
He tenido la suficiente presencia de ánimo, aunque estaba llorando, para decir que era consciente de que
mi reacción deformaba el verdadero sentido de la ternura, que en él no había debilidad, sino una anormal
ansia de agresividad y de seguridad en mí. Entonces me ha hablado suavemente para explicarme que una
separación de lo erótico y lo sentimental no era solución, que si bien mis experiencias amorosas anteriores
a Henry habían sido un fracaso, una relación meramente erótica no me haría feliz.
Al principio se ha perdido en el laberinto de ramificaciones que yo había creado. Quería confundirlo, eludir la verdad exacta. Para mi sorpresa, de repente ha descartado todo lo que yo había dicho y ha declarado: «La última vez, como yo hablaba con calma de Hugo y de mi trabajo, te fuiste con la impresión de
que te amaba menos. E inmediatamente te apartaste de mí para no sufrir. Te endureciste. Es la repetición
de la tragedia de tu infancia. Si cuando eras pequeña te hubieran hecho ver que tu padre tenía que vivir su
propia vida, que se veía obligado a abandonarte, que pese a ello te quería, no habrías sufrido tanto. Y
siempre ocurre lo mismo. Si Hugo tiene mucho trabajo en el Banco, piensas que te está dejando de lado.
Si yo hablo del trabajo, te sientes ofendida. Créeme, estás muy equivocada. Te quiero de un modo mucho
más profundo y sincero de lo que deseas. Me he dado cuenta de que todavía necesitas un analista, de que
no estás curada. Estaba decidido a no permitir que la atracción que siento hacia ti interfiriera en tu tratamiento. Si sólo estuviera impaciente por poseerte, pronto te darías cuenta de que no te estaba haciendo
ningún favor. Aspiro a más. Quiero poner fin a este conflicto que te causa tanto dolor.
–Ya no puedes hacer nada más por mí –dije–. Desde que he empezado a depender de ti me siento más débil que nunca. Te he decepcionado actuando neuróticamente justo en el momento en que debería haber
demostrado que he asimilado tus enseñanzas. No quiero volver. Considero que debo irme, trabajar, vivir y
olvidarme de todo esto.
–Ésa no es la solución. Esta vez tienes que enfrentarte a todo conmigo. Yo te ayudaré. De momento he de
dejar de lado todo deseo personal y tú has de olvidar esas dudas. No te dejan ser feliz. Si esta vez puedes
aceptar lo que te digo, que te quiero, que debemos esperar, que debes darte cuenta de lo ligado que estoy a
Hugo y a Eduardo, que en primer lugar he de terminar mi cometido como médico, antes de complacerme
en nuestra relación personal, tal vez podamos conquistar tu reacción de una vez para siempre.
Hablaba fervientemente, con justicia. Yo estaba apoyada en el respaldo de la silla, llorando en silencio,
consciente de que tenía razón, destrozada, no sólo por la lucha que había llevado a cabo para ganarlo sino
también a causa de la amargura acumulada en todas mis relaciones desgraciadas.
Cuando me fui me sentía aturdida. Casi me dormí en el tren.
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