do que quiera que lo salve de June. Cuando empieza a hablar de alquilar una casa en Louveciennes y yo
digo «cuando salga tu libro mandarás a buscar a June y harás esas cosas», él sonríe pesaroso y dice que no
es eso lo que quiere. Lo sé, o más bien sé que desearía que June y él pudieran llevar una vida como la mía
y la de Hugo.
Anoche, dado que Henry estaba cansado y necesitaba un momento menos sensual, menos truculento, me
embargó una ternura tal que casi me aproximé a él delante de Hugo y de mi madre para abrazarlo, para
invitarlo a bajar a nuestra cama grande y mullida a descansar. Casi lloraba al hablar del amor entre mujeres de la película Jeunes filies en uniforme.
Luego, delante de mi madre, dijo:
–He de hablar contigo unos minutos. He corregido tu manuscrito. –Bajamos, nos sentamos en mi cama.
Yo quedé muy conmovida por el trabajo que había hecho. Empezamos a besarnos. Lenguas, manos,
humedad. Yo me mordía los dedos para no gritar. Subí, todavía estremecida, y me puse a hablar con mi
madre. Henry me siguió, con aspecto de santo y voz cremosa. Yo percibía su presencia hasta en los dedos
de los pies.
Hugo está tocando y cantando como lo hacía en Richmond Hill, torpe y vacilante. Sus dedos no son hábiles y le tiembla la voz. La tristeza que experimento al escucharlo demuestra en qué medida sus canciones
y su dulzura han retrocedido para mí a un pasado unido al presente tan sólo por la continuidad de los recuerdos. Únicamente los recuerdos nos unen a Hugo y a mí; y mi diario los preserva. Ay, si pudiera dar
un salto adelante sin esta tela de araña que me aprisiona.
SEPTIEMBRE 1932
Miro a Allendy a la cara con una fuerza renacida, veo cómo se derriten sus fanáticos ojos azul intenso y
percibo la ansiedad de su voz cuando me pide que regrese pronto. Nos besamos más afectuosamente que
la vez anterior. Henry todavía está entre mí y el pleno disfrute de Allendy, pero mi malicia es más fuerte.
Repito nuestro beso en el espacio, levantando la cabeza hacia él, mientras ando por las calles con la boca
abierta a la nueva bebida.
Sus ojos, su boca y la aspereza de su barba permanecen conmigo toda la noche.
Atormento a Eduardo y provoco sus celos despertando la admiración de un joven médico cubano cuyos
ojos se entretienen eh las líneas de mi cuerpo. Hemos ido a bailar, Hugo, Eduardo y yo. Eduardo quiere
volverme a atraer para destruir mi exuberancia. Es frío, cerrado y malévolo. Durante nuestro baile lucha
contra la sinuosidad de mi cuerpo, el roce de mi mejilla, la voz ronroneante al oído. Ahoga mi alegría con
su furia de ojos verdes, pero luego se siente disgustado. Veo que se le hinchan las venas de las sienes.
Termina la velada diciendo: «¡Mira lo que me hiciste hace unos meses!»
Allendy observa que me dejo llevar por la devoradora crueldad de la vida con Henry. El dolor se ha convertido en el sumo placer. Por cada grito de placer en brazos de Henry hay un latigazo de expiación: June
y Hugo, Hugo y June. Qué fervientemente habla ahora Allendy en contra de Henry, pero sé que no es que
sólo trate de mi plan de autodestrucción sino que también habla movido por sus propios celos. Al final del
análisis me doy cuenta de que está profundamente alterado. Yo había exagerado a propósito. Henry es el
hombre más blando y más amable que existe, incluso más blando que yo, aunque en apariencia seamos
los dos terroristas y amorales. Pero me complace la preocupación de Allendy por mí. El poder que me ha
infundido es peligroso, mucho más peligroso que mi antigua timidez. Ahora debe protegerme con la efectividad de su análisis y la fuerza de sus brazos y de su boca.
No creo que los hombres hayan tenido nunca en una sola mujer a la vez semejante enemigo potencial y
semejante amigo real. Estoy llena de un amor inagotable hacia Hugo, Eduardo, Henry y Allendy. Los celos que sentía Eduardo anoche eran también celos míos, dolor mío. Lo acompañé la corta distancia que
deseaba andar para despejarse, dijo. Yo tenía los ojos en blanco y las manos frías. Conozco tan profundamente el dolor que no puedo causarlo. Luego, en casa, Hugo casi se lanzó sobre mí y yo abrí las piernas
pasivamente, como una prostituta, vacía de sentimientos. Sin embargo, sé que sólo él ama generosa y des103