Hoy he recibido una fotografía suya. Me ha producido una extraña sensación ver su boca carnosa, la nariz
bestial, los ojos pálidos y fáusticos, esa mezcla de delicadeza y animalismo, de dureza y sensibilidad.
Creo que he amado al hombre más notable de nuestra era.
Me he pasado la mayor parte de la vida enriqueciendo todo lo posible la larga espera de los grandes acontecimientos que ahora me llenan tan completamente que estoy agobiada. Ahora comprendo la aterradora
inquietud, la trágica sensación de fracaso, la profunda insatisfacción. Esperaba. Ésta es la hora de la expansión, de vivir verdaderamente. El resto fue una preparación. Treinta años de vigilancia angustiada. Y
ahora llegan los días para los que he vivido. Y ser consciente de ello, tan plenamente consciente, es lo que
resulta casi insoportable. Los seres humanos no toleran el conocimiento del futuro. Para mí el conocimiento del presente resulta igualmente deslumbrante. ¡Ser tan rico, y saberlo!
Anoche Hugo apoyó la cabeza en mis rodillas. Al mirarlo tiernamente, me dije a mí misma: «¿Cómo puedo revelarle alguna vez que no lo amo?» Y, lo que es más, me doy cuenta de que no estoy totalmente absorbida por Henry; Allendy me preocupa; la otra noche me sentí sentimentalmente excitada por la presencia de Eduardo. Lo cierto es que soy caprichosa y tengo excitaciones sensuales en muchas direcciones. El
jueves veré a Allendy. Espero ansiosamente este encuentro. En mi imaginación, he ido con él al restaurante ruso y él me ha venido a ver a Louveciennes. Henry tiene motivos para estar celoso de Allendy. El
propio Allendy me ha liberado del sentimiento de culpa.
Las últimas páginas que he escrito han impresionado sobremanera a Henry. ¿Era algo más que brocado,
ha preguntado, algo más que un hermoso lenguaje? A mí me disgustó que no lo comprendiera. Empecé a
explicarlo y él dijo, lo mismo que todo el mundo: «Pues deberías dar una pista, aproximarte poco a poco;
nos lanzas a lo extraño inesperadamente. Hay que leerlo cien veces.»
–¿Quién va a leerlo cien veces? –dije yo con tristeza, pero entonces pensé en Ulises y en los estudios que
lo acompañan. Sin embargo, Henry, con su característica minuciosidad, no se detuvo ahí. Empezó a andar
arriba y abajo y a decir apasionadamente que debo volverme humana y contar historias humanas. Aquí me
enfrenté al problema de toda mi vida. Quería continuar por ese camino abstracto e intenso, pero ¿lo
aguantaría alguien? Hugo lo comprendía no intelectualmente, como poesía; Eduardo como simbolismo.
No obstante, para mí, esas frases de brocado tenían significado. Cuanto más hablaba de mis ideas, más se
entusiasmaba Henry, hasta que empezó a gritar que debería continuar exactamente en el mismo tono, que
estaba haciendo una cosa sin precedentes. La gente tendría que esforzarse por descifrarme. Él siempre
había sabido que yo haría algo único. Además, dijo, se lo debía al mundo. Si no hacía algo 'VV