HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 100

June y yo murió hace tres o cuatro años. Que lo que vivimos la última vez que estuvo aquí no fue más que una continuación automática, como una costumbre, como una prolongación de un impulso que no puede detenerse. Naturalmente, fue una experiencia tremenda, la mayor revuelta. Por eso escribo con tanto frenesí sobre ello. Pero lo que escribo es el canto del cisne. Has de diferenciar entre la evocación del pasado que hace el escritor y sus sentimientos actuales. Te amo, te lo aseguro. Quiero que vengas conmigo a España, con cualquier pretexto, unos meses. Sueño con poder trabajar juntos. Quiero que estés cerca de mí hasta que las cosas se arreglen de modo que pueda protegerte del todo. June me ha enseñado una amarga lección. June y tú no podéis medrar en la miseria, las penalidades. No es vuestro elemento. Ambas sois demasiado importantes. No te lo voy a pedir. –Yo estaba aturdida–. Desde luego –añadió–, yo he tenido que vivir todo eso, pero precisamente porque lo he vivido, he terminado y puedo experimentar un nuevo tipo de amor. Me siento más fuerte que June, pero si regresa podemos volver a empezar por una especie de fatal necesidad. Lo que quiero es que me salves de June. No quiero que vuelva a hundirme, a humillarme, a destruirme. Sé lo suficiente para saber que quiero romper con ella. Temo su regreso, la destrucción de mi obra. Reconozco que he absorbido tu tiempo y tu atención, te he preocupado, herido, incluso; que los problemas de otras personas también recaen sobre ti; que se te pide que resuelvas problemas, que ayudes. Y al mismo tiempo está tu obra, más profunda y mejor que la de cualquiera, y a nadie le importa un comino, nadie te ayuda. –Pero Henry, a ti sí qué te importa un comino –dije riendo–, y, además, puedo esperar. Eres tú el que está retrasado y necesita ponerse al día. Le conté un poco de la tormenta por la que había pasado yo los últimos días. Me sentía como un condenado a muerte súbitamente amnistiado. Parecía que ya no importaba con qué frecuencia June recuperara a Henry. En aquel momento él y yo estábamos casados indisolublemente. La fusión de cuerpos que siguió fue casi accidental, por primera vez nada más que un símbolo, un gesto, una fusión tan sutil que daba la impresión de que se producía en el espacio, y que los movimientos del cuerpo tenían lugar a un ritmo más lento. He escrito treinta páginas sobre June en un estilo intenso e imaginativo, lo mejor que he hecho hasta ahora. Es bueno ver que los experimentos de laboratorio culminan en una explosión lírica. Anoche me divertí mucho en el «Grand Guignol»: las convulsiones de una mujer que yacía desnuda en un sofá de terciopelo negro tentaron mi pasión. Una mujer exuberante se quita el traje. Sentí una tremenda excitación sexual. Hugo y yo fuimos también a otra casa donde las mujeres eran más feas que las del 32 de la rué Brondel. Las paredes de la habitación estaban cubiertas de espejos. Las mujeres se movían como un rebaño de animales pasivos, de dos en dos, dando vueltas al son de la música del fonógrafo. Yo esperaba mucho de aquel sitio y me parecía imposible que las mujeres pudieran ser tan feas. En mi cabeza, la danza de las mujeres desnudas era todavía una orgía bella y voluptuosa. Al ver los pechos caídos con sus grandes ápices pardos y apergaminados, las piernas amoratadas, las prominentes barrigas, las sonrisas desdentadas, y la brutal masa de carne dando vueltas apáticamente, como los caballos de madera de un tiovivo, quedé profundamente abatida. No sentí siquiera lástima. Sólo fría observación. Volvemos a ver poses monótonas, y entre tanto, cuando resulta más artificial, las mujeres se besan desapasionadamente, asexuadamente. Caderas, nalgas hundidas, la misteriosa oscuridad entre las piernas, todo expuesto de una manera tan carente de sentido que Hugo y yo tardamos dos días en superar la asociación de mi cuerpo, mis piernas y mis pechos de aquel tropel de animales dando vueltas. Lo que me gustaría es unirme a ellos una noche, entrar desnuda en la habitación con ellos, mirar a los hombres y mujeres allí sentados y ver su reacción cuando aparezco, yo y mi halo de ilusión. Crueldad para con Eduardo. Después de haber elaborado un plan de dominación intelectual del dolor, me siento muy cerca de él en el sofá y le hago leer lo que ha escrito Henry, cosa que no soporta. Dice que estoy criando un pequeño gigante. Le veo mirar mis agresivos pechos. Le veo ponerse pálido y huir precipitadamente en un tren anterior al que pensaba coger. 100