HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 79

la almohada, con una mano encima. Voy a ver a Henry sin ganas. Tengo miedo del Henry suave con quien me voy a encontrar; se parece demasiado a mí. Recuerdo que desde el primer día esperaba que él tomara la iniciativa, en la conversación, en la acción, en todo. He pensado amargamente en la magnífica determinación, iniciativa y tiranía de June. «No son las mujeres fuertes las que hacen débiles a los hombres, sino los hombres débiles los que hacen a las mujeres excesivamente fuertes.» Yo me presenté ante Henry con la sumisión de una mujer latina, dispuesta a dejarme arrollar. Y él ha dejado que lo arrolle yo. Siempre ha temido decepcionarme. Ha exagerado mis expectativas. Se ha preocupado por cuánto y hasta cuándo lo amaría. Ha permitido que el pensamiento se interfiera en nuestra felicidad. Henry, amas a tus putitas porque eres superior a ellas. Te has negado a conocer a ninguna mujer que esté a tu altura. Te ha sorprendido en qué medida yo era capaz de amar sin juzgar, de adorarte como no te ha adorado ninguna puta. ¿Es que no te hace más feliz que te adore yo, no te hace infinitamente superior? ¿Se acobardan todos los hombres ante un amor difícil? Para Henry todo sigue como antes. No percibió mi vacilación cuando propuso que fuéramos al «Hotel Cronstadt». Nuestra hora fue aparentemente tan pletórica como siempre y él estuvo lleno de adoración. No obstante, yo tuve que hacer un esfuerzo para amarlo. Tal vez sea que me ha asustado. Esperaba que volviera a estar impotente. No tenía la misma exaltada seguridad. Ternura, sí. La maldita ternura. Recuperé la felicidad, pero era una felicidad fría. Me sentía distante. Nos emborrachamos y así fuimos felices. Pero yo pensaba en June. Camino de casa después de mucho vino blanco: 4 de julio, fuegos artificiales lanzados desde las farolas de las calles. Me trago la carretera de asfalto con un rugido selvático, me trago las casas con los ojos cerrados y pestañas de geranios, me trago los postes del telégrafo y los messages téléphoniques, los gatos extraviados, los árboles, los montes, los puentes... Le he mandado la obra surrealista a Henry y he añadido: «Cosas que se me olvidó decirte: que te quiero y que cuando me despierto por la mañana uso la inteligencia para descubrir más maneras de apreciarte; que cuando regrese June te amaré más porque yo te he amado. Hay hojas nuevas en la copa de tu ya sobrecargada cabeza.» Siento necesidad de decirle que le amo porque no le creo. ¿Por qué se ha convertido Henry para mí en un Henry pequeñito, casi un niño? Comprendo que June lo dejara y dijera «quiero a Henry como a mi propio hijo». Henry, que antes era una amenaza gigante, un elemento aterrador. ¡No puede ser! «Cabaret Rumba». Hugo y yo bailamos juntos. Es tan alto que mi rostro se cobija debajo de su barbilla, contra su pecho. Un español extraordinariamente guapo (un bailarín profesional) me ha estado mirando como un hipnotizador. Me sonríe por encima de la cabeza de su pareja. Yo le devuelvo la sonrisa, lo miro a los ojos. Capto su mensaje. Respondo con la misma mezcla de placer sensual y diversión. Su sonrisa apenas queda esbozada en el rostro. Yo experimento un agudo placer al comunicarme con ese hombre en tanto me cobijan los brazos de Hugo. Mientras le sonrío, pienso que volveré y bailaré con él. Siento una tremenda curiosidad. He mirado su interior, me lo he imaginado desnudo. Él también ha mirado mi interior, con unos ojos animales entrecerrados. La emoción de la duplicidad expele un veneno maligno. Durante el camino de regreso a casa el veneno se extiende. Ahora comprendo cómo se juega durante un momento con esos sentimientos que antes consideraba demasiado sagrados. La semana que viene, en lugar de salir con mi apacible «esposo» Henry, iré a ver al español. Y mujeres, quiero mujeres.- Pero las lesbianas masculinas del cabaret «Le Fetiche» no me gustaron en absoluto. Ahora comprendo también el clavel de la boca de Carmen. Olía una naranja falsa. Las flores blancas rozaron mis labios. Eran como la piel de una mujer. Mis labios las oprimieron, se abrieron y cerraron suavemente a su alrededor. Suaves besos de pétalos. Ligeramente hacia el interior de la flor blanca. Un bocado de carne perfumada, piel de seda. La boca llena de Carmen mordiendo el clavel; y yo, Carmen. 79