Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 361
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Las rebeliones contra el PCP-SL fueron también brutales. La violencia latente
en cualquier comunidad, especialmente pobre, se entremezcló con conflictos fa-
miliares, generacionales, de linderos, y se desbordó. Con frecuencia, los comités
de autodefensa fueron más allá de su función específica y se convirtieron también
en pequeños ejércitos agresivos que «barrían» con violencia territorios que consi-
deraban enemigos o prosenderistas.
S OBRE LA DERROTA DE LOS GRUPOS SUBVERSIVOS
Cuando un grupo muy violento, motivado se levanta en armas pero no existen
condiciones para su triunfo, una de las posibilidades es que se convierta en una
«insurgencia crónica». Éste podría ser el caso, por ejemplo, de Colombia. En el
Perú, a pesar de la subsistencia de núcleos armados en algunas zonas de la
Amazonía, 14 esto no ha sucedido. ¿Por qué?
En primer lugar, la subversión se inició en un contexto democrático que, al
margen de cualquier limitación, redujo espacios para propuestas violentas. El
funcionamiento del sistema de partidos y la realización de elecciones, aún en los
peores momentos, funcionaron como parachoque y canal alternativo para pro-
cesar conflictos y construir representaciones. La existencia de una izquierda
legal redujo todavía más los espacios de reclutamiento para los grupos
subversivos. Esto lo padeció especialmente el MRTA.
Si bien en un porcentaje minoritario de provincias no hubo elecciones en 1989
y 1990, más importante es destacar la persistencia de autoridades electas en dis-
tritos y provincias amenazados por la subversión. En muchos casos, estas autori-
dades lo pagaron con su vida. Si bien el avance de la subversión fue una de las
causas del quiebre democrático, el golpe de Estado de abril de 1992 se dio cuando
el PCP-SL se encontraba estratégicamente derrotado.
La existencia de prensa independiente, incluso en las zonas directamente afec-
tadas por la violencia, fue otro factor que contribuyó a frenar la brutalidad de las
acciones contrasubversivas y a crear un clima contrario a los grupos subversivos.
Existieron, además, organismos fiscalizadores que cuestionaron los crímenes
y violaciones de los derechos humanos, tanto del Estado como de los grupos
subversivos: organizaciones de derechos humanos, sectores importantes de la
Iglesia Católica y de iglesias evangélicas. Ellos le restaron legitimidad nacional e
internacional tanto a la subversión, que trataba de presentarse en el extranjero
como una guerrilla romántica, como a las estrategias contrasubversivas de «gue-
rra sucia».
Tampoco las organizaciones sociales populares, obreras, campesinas,
magisteriales y barriales fueron ganadas por los proyectos subversivos, salvo ex-
cepciones. El PCP-SL se convirtió más bien en un «antimovimiento social»
(Wieviorka 1991), que desmovilizaba, destruía y/o fagocitaba a las organizacio-
nes que caían cerca de su esfera de influencia. De todos los rechazos, el que más
contribuyó a la derrota de los grupos subversivos, fue el del campesinado. Ellos
14
Nos referimos a los llamados «remanentes» del PCP-SL en los valles del Ene y Apurímac.