Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 357
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lengua y las costumbres, con una percepción de agravio provocada por la
inequidad y la discriminación. El PCP-SL llegó a proporcionar así una «estructura
de sentimientos» a estudiantes pobres, discriminados y «ubicados entre dos
mundos»; pero también a pequeños núcleos barriales de Lima y sectores
campesinos hartos de la pobreza, el abuso y la exclusión.
Todos los factores hasta ahora mencionados tampoco hubieran bastado para
explicar la duración del conflicto, si las élites políticas hubieran estado a la altura
del desafío. El PCP-SL se alimentó de los errores cometidos por el Estado y los
partidos políticos, más allá del justificable desconcierto inicial. Estos errores con-
figuraron un proceso de «abdicación de la autoridad democrática» que avanzó
con altibajos hasta culminar en el golpe de Estado de abril de 1992.
Si algo le resultaba indispensable al PCP-SL para que su proyecto sobreviva y
avance, era construir un enemigo a su imagen y semejanza. Primero, en la mente
de sus propios militantes; luego, en el país. Las investigaciones de la CVR mues-
tran que cada vez que el Estado se acercó al Leviatán que Guzmán describía en
sus pesadillas, le regaló un triunfo a la subversión. Así, episodios como la repre-
sión masiva en Ayacucho (1983-1984), la masacre de los penales (1986), el surgi-
miento de grupos paramilitares (1987) o de escuadrones de la muerte (1989) fue-
ron todos, de alguna manera, triunfos de Guzmán; pues le permitían validar sus
tesis ante sus militantes e, incluso, aparecer como el «mal menor» para ciertos
sectores sociales afectados por la respuesta estatal.
No se trata entonces sólo de errores, excesos o limitaciones de los diferentes
actores del conflicto. La abdicación, que fue en todo caso un síntoma, reveló «fa-
llas geológicas» muy profundas sobre las cuales se había reconstruido el régimen
democrático a partir de 1980; franjas importantes de la población y del territorio
nacional que no habían sido incorporadas a la dinámica de la representación po-
lítica. El PCP-SL logró presencia en los límites no representados de nuestra socie-
dad; desde esos espacios avanzó hacia otros ámbitos aprovechando los errores
del Estado, la crisis económica y luego la descomposición reinante al final de la
década de 1980.
La mera existencia de ámbitos que no alcanzaban a ser representados política-
mente nos habla de fallas profundas de nuestra configuración como nación, que
incluyen; pero, a la vez, trascienden la responsabilidad de gobiernos, partidos
políticos y Fuerzas Armadas. En otras palabras, la duración relativamente larga
del conflicto armado interno tuvo que ver también con la fragilidad de nuestro
sentido de comunidad nacional, que debía estar sustentado sobre la base de tener
y ejercer derechos ciudadanos. La fragilidad de ese sentido nacional y ciudadano
se sintió más allá de las zonas rurales periféricas y abarcó en mayor o menor
medida al conjunto del país.
Así, vistos desde el centro del poder político, económico y simbólico, los sec-
tores que llamamos «irrepresentados» resultan insignificantes: aportan poco al
PBI; si son rurales, por su escaso peso demográfico no deciden elecciones; si son
urbanos, por su extrema pobreza son presa fácil del clientelismo. La opinión pú-
blica pudo fluctuar entonces entre la indiferencia y la exigencia de una solución
rápida al conflicto, sin importar mucho el costo social. Después de todo, las víc-
timas eran principalmente «otros»: pobres, rurales, indios. Lejanos no sólo geo-